4.Temen al infierno los insectos

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Durante la noche no dormí bien. Bocanadas de un aire sofocante me hicieron sentir febril y con una sed viva.

Pensé que, abriendo las ventanas de mi habitación, lograría disminuir el calor que a esa hora de la noche encendía mi cara, pero los insectos voladores no tardaron en hacerse del cielo nocturno con la ferocidad de una hora nacida para el sueño intranquilo.

Diminutos, iban y venían los mosquitos, sedientos, desesperados.

Lo juró, pensé que podría con todo aquello, pero cuando cinco de ellos se asentaron sobre mi piel, listos para succionar; no sólo corrí despavorida a las afueras de mi habitación, sino que tuve plena convicción de que era posible que ellos también tuvieran miedo.

¡Vaya qué tenían miedo!

Para cuando mis pies estuvieron en la cocina, y logré divisar desde sus amplias ventanas a la presencia del joven Ruthven en el jardín, entonces y sólo allí lo comprendí.

Los insectos también le temen al infierno.

El siseo de una lluvia cálida y sin brisa, acalló mis conclusiones.

Así fue como pude también notar, que en sus ojos había una preocupación extraña. En la oscuridad de aquella noche casi tropical, me lució desconcertante. Él era entre la exuberancia de la vegetación y la humedad un mártir parisino. Un joven demasiado antiguo.

Fue allí que, sus grises ojos se posaron en mí y su boca se curvó en una sonrisa a la que correspondí alzando la mano en un tímido saludo.

—No imaginé que llovería —me dijo tras su ingreso a la casa completamente empapado.

—Me imagino que no debes estar acostumbrado...—dije, fingiéndome una conocedora de aspectos infernales de los que no tengo la menor idea.

Ante mi enunciado, él dibujó un rictus amargo y mordisqueó su labio inferior con una expresión que no supe definir si era incomodidad.

—Así es, no hay mucho de esto de dónde vengo.

En parte, admito que estaba entusiasmada de compartir con el demonio.

Desde el incidente de la habitación, Chérie no solía dejarme ni a sol ni a sombra a solas con el demonio. Lo cual al principio lució divertido, pero ahora, era desalentador.

—Debe ser difícil, ¿cierto? —preguntó para mi desconcierto.

De improviso, me sentí presa del pánico. Nadie, ni siquiera mi hermano sabía lo difícil que había sido.

El disparo en la nuca de la abuela, el accidente de automóviles, la locura repentina de mi padre y Alex, sobre todo él. Los hechos, han sido grotescos e increíbles.

Mis manos comenzaron a temblar, y busqué apoyo en la mesa en forma infructuosa, para luego desvanecerme, escuchando un lejano:

—No te haré daño.

Desde allí, la noche sólo fue soñar con manos, cadáveres arrastrándome y mosquitos

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Desde allí, la noche sólo fue soñar con manos, cadáveres arrastrándome y mosquitos.

Por eso, cuando desperté al fin, y Chérie me condujo a clases como todos los días, una sonrisa amplia iluminó mi rostro.

En serio, pensé que estando en el colegio, la paz duraría.

—Hoy me alegra presentarles a nuestro nuevo estudiante.

Nada más alejada de la realidad.

Casi puedo sentir cómo mi rostro se ensombrece ante esos ojos grises que ya conozco muy bien.

Chérie en cambio trata de buscar mi consuelo, con una mirada estupefacta.

—¿Cómo debemos llamarte? —pregunta la profesora, pero yo ya sé la respuesta.

—Ruthven, prefiero que sólo me digan Ruthven.

El demonio, me mira complacido y saluda con un ademán de cabeza, para así finiquitar la ola de cuchicheos, ante el que parece ser el último y único heredero de la familia más adinerada de toda la ciudad.

No sabe de límites.


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