17.Novios

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El calor a primera hora de la mañana es agobiante, pero más es ver como mi hermano se pasa buena parte del desayuno mirándome.

Mis pensamientos vagan sin concentrarse en nada salvo, lo ocurrido con el demonio. Lo agradable de dormir a su lado, pero por sobre todo en su propuesta.

¿Qué se supone debo hacer con ello?

Después de ver a Ruthven salir de mi habitación fui incapaz de conciliar el sueño, sólo he tomado un baño, trenzado el cabello, puesto el uniforme y esperado la mañana.

Creo que mi hermano debe sospechar que algo ha pasado, pues está sentando junto a la ventana bien al fondo, sin decir nada en lo absoluto.

Él sólo tiene en la boca una mueca de suficiencia y permanece en silencio.

Mi incomodidad aumenta con el pasar de los minutos, pero su expresión es la misma. Es como si quisiera decirme algo, pero estuviese esperando el momento adecuado.

Conozco todavía a mi hermano, así que sé que él ha preferido sólo prepararse un zumo de naranja, y fingir que bebe con un relajo desagradable para el calor que hay o para el momento.

Escarbo en mi mente la noche anterior a la par que me preparo un té helado.

Todo me parece una locura indescifrable.

—Buenos días, Anne Sheridan —escucho a Ruthven decir.

Es cuando me giro que lo veo, su bonito rostro me sonríe con una gracia casi estudiada. Como si con ella fuese capaz de arrebatarme todos los secretos.

Rápido me rodea y se apresura a arrebatarme mi taza.

—Gracias por el desayuno —dice mirándome de reojo, mientras pega un sorbo.

Libero un bufido fingido.

Sé que no debería preocuparme. Hoy he dejado la cantidad suficiente para que en caso de que Ruthven desee servirse cuente con la cantidad para decir que ha tenido un buen despertar, pero de todas maneras batallo.

—Ten modales —protesto.

Cuando siquiera hago un ademán de querer recuperarla, él la alza y me dirige una expresión entre divertida y condescendiente.

Dos dedos de Ruthven rozan mi mejilla y tiran de mi cabello atado.

—Trenzas.

—Basta —digo apartándolo con un codazo, mientras ríe.

El sonido de la vajilla salpicándose por el agua nos interrumpe.

—Vamos tarde —dice mi hermano, aunque no es cierto. Aún tenemos un poco de tiempo.

Se nota que algo le ha molestado, pero no quiero indagar, porque temo contar lo que ha ocurrido anoche.

Ruthven en cambio, le dirige una mirada de enfado y una sonrisa en la boca que le forma un hoyuelo en la mejilla.

—Tranquilo, William.

Ambos intercambian miradas, casi como si hablaran en su propio idioma del que no puedo participar.

Todo finaliza cuando Ruthven le da una palmada en su hombro a mi hermano y éste sonríe.

—Yo conduzco, pero apresúrate, tenemos entrenamiento hoy —dice Chérie y termina la discusión.

Ruthven carcajea y envuelve a Chérie en un abrazo tosco, casi como si quisiera estrujarlo.

Yo en cambio, me quedo de nuevo confundida y de una pieza.

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