37. Vamos a morir

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—Es justo dar alivio a los afligidos, y aflicción a los que afligen —decía mi madre, y ahora que las sombras me engullen, parece sincero sentirse temerosa.

El estropeado sonido de la camioneta de Joshua se arrastra por la vía.

La máquina emite un ruido que se escucha como un gemido, y dudo por un momento de seguir conduciendo hasta que mis ojos reparan resbaladizos en la seriedad de Joshua, quien desde que me ha explicado su plan, no ha vuelto a emitir palabra alguna.

De todas maneras, repaso lo dicho. Joshua y yo hemos vuelto a su casa a por la camioneta, y planeamos introducirnos en la comisaría aprovechando el breve horario en que su madre siempre suele salir por un café y su cena regular al almacén de junto. Lo cual, no debería significar gran cosa en este miserable pueblo donde nunca pasaba nada, hasta que el demonio posó sus ojos en él.

Claro, es muy posible que nos encontremos al nuevo y fastidioso detective que vino a hacerle compañía a la policía local. Pero es un riesgo que estamos dispuestos a correr.

Mi alma descansa cuando el auto vuelve a sonar como el constante agitar de unas llaves. Por un momento lo siento casi como una conversación real, y no tarda en ofuscarme.

—Anne, estacionemos por allí —ordena Joshua indicándome un pequeño espacio cerca de la playa.

—Pero tendríamos que...

—No es tanta distancia —Joshua sonríe por primera vez—. Ya recorrimos varios metros, Anne, unas cuadras más no harán diferencia.

Aunque sí lo han hecho. Por cada metro que hemos recorrido, Joshua ha perdido un poco su contagiosa aura de chico aventurero.

He tratado en forma fallida de no sentirme responsable por su condición. Porque lo soy.

Si yo no hubiese enfadado al demonio, Joshua estaría bien.

Estacionamos y al bajar Joshua extiende la mano y dice grave:

—Anne, necesito tu celular, por favor—Lo entrego sin chistar y Joshua lo revisa—. ¿Tienes la app del reto encendida?

—Ajá.

—Bien, ¿puedes esconder estos celulares en alguna parte de la playa?

Joshua me mira como si no hubiera posibilidad de negarse, así que sonrío.

—Claro, jefe —digo burlona haciendo un saludo con dos dedos en la frente.

—Gracias, Anne —lo escucho decir y me corresponde con una sonrisa.

Él se queda junto al auto, lo veo agitarse tembloroso. Lleva una ropa muy delgada para el horario, aunque me cuesta definir si no son también nervios.

Me alejo unos metros y busco un lugar donde ocultar los celulares.

Elijo un espacio cerca de una bajada al mar. Tiene unas decoraciones bastante feas de cemento, pero que son ideales para sentarse o incluso dormir. Lo cual ha significado un problema para el municipio y las autoridades desde el día uno, pero tengo certeza de que, en realidad, nunca han significado un riesgo.

Alguna vez me senté junto a Alex en este lugar. Sé que tiene baja visibilidad y pocas personas pasan por aquí. Y por ello, la gente le esquiva.

Salvo por nosotros dos, éramos dos adolescentes inadaptados que querían compartir un momento íntimo, y éste parecía funcionar.

Oculto los celulares en la arena. Por las dudas, le marco con algunas piedras que se me hacen interesantes.

Tanto Maider como Cherie saben que este lugar fue mi refugio alguna vez, así que mientras regreso con Joshua, me doy una palmadita mental y celebro lo ocurrente que soy para crear mis propias coartadas.

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