—¿Estás bien? —pregunto, y le entrego una taza de té caliente a Chérie.
Él sólo atina a tomarla con una mano, mientras con la otra busca calentarse junto a la fogata.
—No estoy muerto, Anne, sólo fue un susto.
—Eso no fue un susto, Will —dice Maider mucho más sobrecogida que yo, a la par que le entrega una frazada a por las malas.
—¿Y Ruthven? —pregunta mi hermano, pero yo sólo me encojo de hombros.
—No soy su perro guardián —digo, pero igual lo busco entre la multitud.
Tengo muy pocas cosas claras sobre como funciona eso de ser el demonio, pero una de ellas es que a veces puede desaparecerse por horas y temo que así sea otra vez.
Tras lo que acaba de ocurrir, me siento en deuda con Ruthven, él sin ningún tipo de ayuda le ha salvado la vida a mi hermano.
Por eso cuando veo su silueta cerca de las olas, me envuelve una alegría y corro a la oscuridad sin dudar.
Hoy la única persona que me queda en este mundo, pudo morir.
La imagen se me repite sin cesar en la cabeza, mi hermano gritando, Ruthven jalando de su cuerpo hasta la costa.
—Oye, héroe... —digo en tono de broma, pero él me detiene con una seña.
—Quédate allí, por favor —implora con tono quebrado, se siente como si llorara.
Doy un paso más, pero Ruthven retrocede en la oscuridad y cae de espaldas.
—¿Estás bien? —pregunto, pero él no me da permiso de seguir acercándome, sólo me mira lagrimoso.
—No te haré daño —dice y huye raudo.
Trato de darle alcance, pero dudo una vez veo la estela viscosa que ha dejado tras su andar.
Una desconocida e irrefrenable sensación de asco me envuelve cuando lo veo. No logro distinguir si aquello es sangre o algo más, pero trato de controlar el miedo que me genera la idea de ver nuevamente a los mosquitos revolotear deseosos de beber aquello.
Cierro los ojos un momento y siento que el mundo me da vueltas.
Con la promesa de no mirar atrás, me refugio junto a la fogata, pero siento el ahogo del miedo y los escalofríos que retuercen mis entrañas.
No puedo dejar de pensar en lo que vi, en lo extraño que puede ser el demonio.
—¿Anne?
—¡Joshua!
La tibia piel de Joshua me vuelve a la vida.
Él en cambio, tiene una mirada molesta que parece forzada y me dedica media sonrisa.
Lo entiendo, si la persona que me gusta pasara casi toda una fiesta en la compañía de otro sujeto, me sentiría igual de desconfiada.
—¿Quieres hablar?
Joshua asiente, pero rápido la tristeza se desvanece y una mirada diferente ilumina su rostro.
—¿Y si mejor, bailas conmigo?
—Bueno —acepto.
Perdiéndome en esa improvisada pista que se ha formado alrededor de la fogata, y que suena al ritmo de música electrónica.
Buscamos hablar, pero tras intercambiar unas palabras que no fructifican en nada, reímos a causa del estrepito que produce la música. De igual manera, los ojos de Joshua brillan dulces y no creo necesitar otro mensaje.
Mentiría si dijera que no me atrae Joshua, todo en él me gusta y si pudiera hacer algo más que sólo coquetearle, ya lo habría hecho, pero soy una chica que ni confesiones de amor puede hacer.
Todo mi cuerpo se tensa, cuando siento su mano descender por mi espalda que permanece sólo cubierta por mi improvisado traje de baño.
—Joshua —digo buscando guardar la distancia.
Pero la música sigue sonando, y me descubro sin ánimos de seguir fingiendo que no estoy bien tan cerca de la piel del chico que me gusta.
Sólo una vez en la vida creo haber tenido sentimientos sinceros por alguien, pero murió y al ritmo de nuestros cuerpos que se acercan en la música, siento que el recuerdo me quema.
Tengo miedo y quisiera quitarme todo rastro de este dolor. Por primera vez en mucho tiempo me permito que toda la tensión que cargo, se aleje de mi cuerpo con cada compás y me dejo llevar por las caricias.
Aunque en términos extraños el demonio se ha ido, deseo aprovechar toda oportunidad de hacer lo que quiero, al menos una vez.
Joshua inclina la cabeza sobre mi cuello y lo besa, mientras me lamento de aquellos que ven mi piel erizarse.
—Vamos a otro lugar —dice Joshua a mi oído y sin más comenzamos a alejarnos de la multitud para tener un poco de privacidad.
Por un instante, lo quiero todo, quiero besarlo, morderlo, sentir su piel, decirle que me gusta, pero por cada paso que doy mi memoria se ensucia de temores. Todo lo que ha ocurrido para llegar a este punto no deja de arruinar el momento.
Una parte de mí sabe que, si hago esto Joshua morirá en cuanto el demonio se entere.
Es al pensar en esto, que mis pies dejan de avanzar por la arena y una terrible angustia culposa me invade.
Soy una idiota cruel.
—Lo siento, Joshua —digo y soltando su mano, me convenzo a mí misma de que no puedo volver a sentir nada por él.
Las olas resuenan tumultuosas, cuando Joshua me mira sin comprender qué me sucede, pero si quiero que viva, sólo tengo dos opciones: Debo dejar de estar enamorada o debo dejar de estar maldita.
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Maldito
ParanormalAnne Sheridan tiene un novio infernal ¡Sí, es el demonio! Y si sólo fuera eso, quizás sería más fácil, pero es además un idiota, que se sabe increíblemente tentador desde la primera mirada.