29.Cacería

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En cuanto me introduzco entre los árboles, veo a aquella persona misteriosa caminar como una ambivalente mala presa de caza.

Quiero descubrir quién es.

Luce enfermo, y por alguna razón me recuerda el demonio.

—¡Anne, cuidado!

De improviso, el peso ágil de otra persona me derriba, y mi presa advierte mi presencia con aquel grito.

Huye.

Lo veo huir, mientras el cuerpo se me humedece con el pasto y mis pulmones se constriñen por el golpe.

Mierda.

Lo he perdido.

He perdido mi oportunidad de verle el rostro.

Me incorporo y libero algunas groserías.

—Una trampa —dice mi captor, mostrándome con el dedo una afilada arma de aquellas que papá solía usar. Luce peligrosa, y no tiene lógica que esté allí.

De todas formas, un escozor gélido me aprisiona la garganta.

Pudo haber destruido mi pierna.

Dante me sonríe, y aparta un mechón de su cabello de la cara, lo cual me irrita de una manera que no esperaba.

Me incomoda.

Se parece tanto a su hermano.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, señalando la casi invisible alambrada que debe estar a varios cientos de metros, pero que la gente igual debería conocer—. Es un recinto privado.

—Pensé que sabías decir gracias —dice.

Dante tiene una mirada relajada, pero su respiración entrecortada anuncia algo diferente. Mi corazón galopa con calor y sin aviso cuando me encuentro con sus ojos.

—Estoy agradecida...

—Pues no se nota —dice él y yo frunzo los labios.

El rostro de Dante se tuerce en una expresión burlona, mientras mi cabeza deambula tratando de dar otra vez con el hombre que ha huido.

—Todo el mundo sabe que este lugar es privado —insisto en cambiar de tema. Un poco porque no quiero dar a conocer lo mucho que me enfada mi situación.

—Claro, mi error —añade, y me ayuda a poner de pie.

Es cuando me estoy limpiando las rodillas, que veo a Dante tomar una rama y activar la trampa. Violenta, esta destruye y mastica a su víctima. Siento como si fuese mi propia pierna.

Barbárico.

—Gracias —digo avergonzada.

—Moras —aclara Dante sin contexto y muestra un saquito de arpillera que cuelga de su cintura—. En este lugar tienen unas increíbles moras.

Dibujo una débil mueca que se articula como una sonrisa.

Me quedo sin nada que decir y el silencio se cierne incomodo sobre nosotros. Salvo por su hermano, ambos no tenemos nada para decirnos.

No lo conozco, nunca lo vi, ni siquiera cuando se suponer debía. Alex, él en mi mente siempre estuvo muy solo.

—Así que tú familia vive allí...—dice Dante concentrado en mirar mi casa.

—Ajá —afirmo escueta.

No puedo evitar percibir que, Dante tiene ese tono pesado casi desarticulado de los chicos universitarios cuando se han ido de este pueblo. Siempre es más o menos parecido, pero se entona en las últimas sílabas como si quisieran no sonar campiranos, aunque así se escuchan.

Alex igual tenía un poco ese tono, por lo que muchos asumían tal vez viajaba más que otros. Yo en cambio, siempre pensé que se debía a su ascendencia mestiza.

Ahora, viéndolo a la luz de la nueva información con la que cuento, quizás sólo imitaba a su hermano.

—¿A qué volviste? —pregunto rápida y me maldigo de inmediato, por no pensarlo mejor, pero continúo—. No entiendo...

—¿Qué no entiendes? —pregunta y sus pómulos se marcan, mientras me dirige una mirada desafiante.

Pero no me dejo intimidar.

—Por qué un universitario que fue incapaz de venir siquiera al funeral de su hermano, decide de pronto que es momento de volver a un pueblo que a nadie le importa.

Dante se me queda mirando serio, como si le hubiese tomado de sorpresa.

—Sigues inteligente...

Y lo dice como si celebrara, pero su oración se me clava en la mente.

Otro silencio incomodo y sonríe.

—No has respondido mi pregunta —ataco.

Dante se queda mirándome. Parece molesto, pero, de todas formas, sólo se acaricia el cuello y deja su mirada reposando tímida en el suelo.

—Me gustaría poder responder a eso. Pero si te digo que vine a descubrir quién mató a mi hermano, no me creerías, ¿cierto?

 Pero si te digo que vine a descubrir quién mató a mi hermano, no me creerías, ¿cierto?

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