Desde que soy una niña no tiemblo con facilidad.
La casi indeleble presencia del demonio a mi lado cuando era pequeña, puede que sea la razón de mi capacidad para fingirme menos asustada, aunque lo estoy.
Han pasado dos días desde el funeral de Carla y como es de imaginar, mis amigos y yo parecemos una tropa de desadaptados tristes. La gente no ha tardado en darme el pésame a cada lugar donde voy, se lamentan supongo de la nube de desgracia que me rodea y que ahora, también rodea a la familia de Carla.
Chérie no ha regresado al colegio y lleva dos días encerrado en su habitación, a veces lo escucho caminar en las noches como una criatura triste, y abastecerse de lo que asumo es comida.
Nito y Lidia se fueron con su abuela a un pueblito pintoresco en la isla Icaria, con la esperanza de que así Nito pudiese sanar de la terrible afección que estalló tras el funeral de Carla.
Nuestro amigo, según lo que pudo contarnos Lidia, ha comenzado a sufrir un terrible estado de pánico y terror constante, que le despierta a por las noches y que le afecta inclusive a veces por las mañanas.
Por tanto, yo me he quedado sola con Maider, y me gustaría ser capaz de lucir menos afligida, pero no pasa un segundo en que no piense en lo mucho que me falta Carla y parece que a Maider le pasa igual.
Me gustaría decir que estoy mejor, pero llevo dos noches despertándome, con la idea de que mamá me ha hablado, aunque eso es una locura.
—Debe ser bonito... —dice Maider con un dejo de congoja, mientras miramos como lejos del colegio, las olas de la costa acarician la mañana desde la cafetería.
Daría lo que fuera por huir a montar unas olas junto a mis amigos otra vez.
—¿Qué cosa?
Maider me mira perpleja, parece algo sorprendida de haber hablado en voz alta. Recoge un mechón de su rubio cabello tras la oreja y sonríe con esa dulzura que tiene ella, a veces tan maternal que me sobrecoge.
—Tener a donde huir como Nito y Lidia —me dice.
—Ah...
Nunca lo había pensado.
Huir.
No he tenido el placer de conocer personalmente el lugar donde fueron Nito y Lidia, pero según lo que Lidia me ha contado tiene unas playas esplendidas que supongo sus padres consideran ideales para afrontar el duelo de perder a una amiga.
Debe ser genial tener una abuela y padres.
Siento algo de envidia.
—Anne...—musita Maider—. No sé qué haría si no estuvieras aquí conmigo, sabes...Siempre te he visto como una hermana.
—En mi caso es igual —confieso, con tal arrebato que me sorprendo de mí misma.
De pronto Joshua hace ingreso a la cafetería y saluda con tanto ánimo que parece un salvador.
Estos dos últimos días, la gente que se nos acerca en la cafetería sólo nos habla de Carla y de lo mucho que la apreciaban. Como si fueran capaces de entender nuestro propio dolor, pero no es cierto.
Por eso ver el rostro amable de Joshua me alegra muchísimo.
Nos planta un beso en la mejilla a ambas y toma asiento junto a nosotras.
—¿Dónde has estado? —pregunta Maider.
—Ya sabes, por aquí, por allá —responde Joshua recostándose en el respaldo de su silla, y las manos enlazadas sobre su vientre.
—Llorando —concluye Maider y los tres nos removemos en nuestros lugares.
—No ha sido fácil para nadie que la conoció —musita Joshua y yo miro mi café, he pedido un Latte y unas papas, hace ya casi veinte minutos, pero éste ya se enfrío y no tengo apetito.
—¿Y tú cómo estás? —pregunta Joshua mirándome a los ojos, pero nos vemos interrumpidos por Maider, quien ha derramado su bebida.
—¡Mierda! —se levanta de la mesa ayudada por sus muletas, mientras nos indica con un gesto que puede sola.
La veo acercarse a las servilletas del mesón y discute con el servicio. Parece haber solicitado algo para limpiar. Últimamente la veo distraída y he notado que luego de lo de su pierna se ha vuelto irascible.
—Descuida, de todas maneras, no iba a querer la ayuda de ninguno de los dos.
—Cierto —apruebo y sonrío, mientras Joshua me corresponde con complicidad.
No creo haber vuelto a hablar con Joshua en tranquilidad desde lo de Maider, pero no es la única persona con la que no he hablado desde entonces.
—Entonces, ¿Qué tal tu novio?
Hago una mueca de fastidio con lo poco que ha tardado en traerlo a colación.
—No somos novios —aclaro.
—No voy a perder la oportunidad de molestarte con eso —dice Joshua y acerca su rostro al mío como si me confiara un secreto—. Me enteré por ahí que, a causa de la partida de Lidia, hay una plaza en el equipo de animadoras...el capitán del equipo de baloncesto dice que le gustaría mucho tener más ánimo.
Me acerco mucho más a Joshua, como si no me importara morir y le susurro al oído:
—No me interesan esas cosas —Pero Joshua aprovecha el momento, y coge mi mano.
—¿Ni siquiera por mí?
Sonrío y unas cosquillas ascienden por mi piel, justo en donde acaricia Joshua.
—Lo pensaré.
—¿Qué pensarás? —pregunta Maider, lista ya para limpiar el estropicio que ha quedado en la mesa.
—¡Le dije a Anne que se una al equipo de animadoras otra vez!
—¡Eso sería genial! El ejercicio siempre ayuda —me alienta Maider.
—No, claro que no, yo sólo dije que lo pensaré...
—Cierto que tu eres sólo una chica de playa y fiestas —se burla Joshua, sin soltar mi mano.
—¡Claro que no! —Me defiendo—. También soy una chica de iglesia —y Joshua carcajea, mientras sus ojos descienden a la altura de mi falda.
—Claro...—asiente serio, pero su voz tiembla levemente.
Me pregunto que tan increíble se sentirá besarlo, sentir sus labios cerca de mi piel en verano.
Es cuando pienso esto, que un sudor frío asciende por mi espalda y descubro que los furibundos ojos de Ruthven me ven grises a los lejos.
Mierda.
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Maldito
ParanormalAnne Sheridan tiene un novio infernal ¡Sí, es el demonio! Y si sólo fuera eso, quizás sería más fácil, pero es además un idiota, que se sabe increíblemente tentador desde la primera mirada.