7.Muerte y sentimientos

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Creo que fue en septiembre de ese mismo año en que enterramos a la abuela, que comencé a sospechar de mi padre.

Él era un hombre tan inspirador.

Hasta que comenzó a coleccionar todos esos... extraños hábitos.

Nadie que le hubiese conocido antes de los fatídicos sucesos que lo llevaron a su muerte, habría pensado que su vida terminaría así.

Todavía a veces, cuando lo recuerdo, siento que puedo mirarlo como en esas épocas, con su barba oscura siempre prolija, su típica chaqueta de aviador y esa sonrisa que insinuaba que estabas frente a un ganador.

Por supuesto, el mayor de los William, no se parecía al menor de esta larga herencia. Chérie y mi padre nunca lograron congeniar, pero por alguna razón ama usar su chaqueta cuando va a funerales y esas diferencias irreconciliables, terminaron de acentuarse por completo los días previos a su muerte.

Qué desastre.

Mis ojos llegan a parar justo a mi hermano y sus bellos bucles colorines.

Él por otro lado, me observa inundado de una inusual apatía y me trae a la angustia de esta realidad.

Hace dos días una amiga murió, y no me siento capaz de explicar lo horrible que fue.

—¿Todo bien? —me pregunta Chérie y me extiende una copa de sidra de manzana.

No respondo y bebo.

Él tampoco quiere respuestas.

Mi hermano se sienta a mi lado y libera una expresión quejosa y un suspiro.

—¿Qué vamos a hacer, Anne?

Poso mi mirada en el interior de la capilla, pronto se inundará de canciones que retumbaran guturales por todas sus paredes, pero ahora, sólo la habita un silencio santo y aquel féretro donde duerme mi amiga para siempre.

De pronto, las palabras de Ruthven que sonaron a tan poco, vuelven a tomar sentido, pero sólo por un momento.

Según el diario local, y fuente principal de todos los rumores que aquejan este pueblo: el Whateley Daily, dice que esto parece la obra de un asesinato violento y pasional.

Y aunque quisiera poder culpar al demonio de todo lo malo que pasa en mi pueblo, no puedo descartar que algo esté ocultándose. Temo que mi terror a los eventos paranormales que aquejan mi vida, me estén cegando de algo diferente.

—Esto fue tan extraño...—musito y mi hermano me ve con una expresión de odio feroz, pero no puedo silenciar mis sospechas.

Sigo mirando a mi hermano, con esa cuota de duda que me inunda.

—¿No crees qué?

—Cállate, Anne —suplica, y la tristeza inunda sus facciones—. Deja de ser una imbécil y cállate por una vez en tu vida.

Un dolor que desconozco gravita por la atmosfera del lugar.

—La madre de Carla necesita compañía ¿Creen poder con eso?

—La madre de Carla necesita compañía ¿Creen poder con eso?

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