9.El demonio planea crueldades

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—¡Escúchame bien, no vuelvas a hablar con ese imbécil! —me grita Ruthven, mientras los demás estudiantes pasan a respetuosa distancia por el pasillo.

Me enfada que nadie parezca tener intenciones de hacer algo, pero viendo lo alto y atlético que luce Ruthven, nadie que se aprecie lo haría.

Mi corazón late a mil.

Ruthven no ha tardado ni un segundo desde que me ha visto con Joshua para cogerme de la mano y sacarme lejos de él.

Es un idiota.

Entorno los ojos tratando de dejar en claro que me da lo mismo lo que diga, y él en cambio patea un tacho de basura.

De pronto, mi mejilla escuece y se abre, siento la humedad de la sangre correr por mis mejillas como si se tratara de magia o una maldición.

Toco mi rostro, mientras el dolor de la herida abierta me provoca ira.

Ha cortado mi rostro sin darme un toque.

No debería sorprenderme, es el demonio. Ha hecho cosas peores, pero pensarlo me hace dudar de la valentía que tenía hace unos segundos.

—¡Mierda, Anne!¡Eres una idiota! —dice, mientras la sangre corre copiosamente sobre mi piel.

—¡Hey! —interviene Maider, y se avienta contra Ruthven deteniéndolo con el brazo, tan rápida como si estuviese sana.

La sola idea de seguir contrariando al demonio me asusta, así que trato de que Maider le baje a su intensidad.

—Estamos bien —digo y Maider no da crédito a mis palabras, su rictus me dice que quiere ahorcarlo.

Trato de cubrir el tajo que circunda mi rostro, pero Maider no para de verlo.

—¿Estamos bien? —le pregunta a Ruthven y él asiente pálido.

Maider suelta a Ruthven y él arregla su ropa, asegurándose de que no tenga arrugas.

En un impulso de ira cierro los puños enojada y lo miro con más odio.

—¿Estás bien? ¿Quieres que hablemos? —me pregunta Maider, y le dirige otra mirada enfurecida al demonio, y sólo eso basta para que rompa en llanto.

Tengo miedo.

Últimamente siempre tengo miedo o al menos, el miedo ha ido en aumento desde que he visto a Carla con aquellas flores rojas tan divinas sobre su cadáver.

—Se veía bellísima, como un ángel —escuché que ha dicho el demonio aquel día, y no he sabido como responder a ello.

Todavía no sé, pero no puedo dejar de pensar, en que no quiero seguir agravando las cosas con el demonio y mis amigos, así que me desprendo de Maider y corro al baño.

Sólo cuando me miro en el espejo y limpio la sangre fresca, es que cojo otra vez mi seguridad de siempre.

No puedo ceder.

Me vengaré del demonio.

Si alguna vez tuve la convicción de que podía ser algo más agradable, ahora ya no tengo ninguna duda: él sólo ha venido para hacerme daño y no me dejaré.

Voy a vivir y disfrutar bajo mis propios términos.

Me aviento a la salida con determinación fiera, porque ya sé lo que quiero hacer, pero la silueta de Ruthven me vigila como un cuervo que anuncia mi muerte.

—¿Todo bien? —dice serio, grave, cruel.

Es un monstruo.

—Todo bien —digo, mientras él me sigue por el pasillo, sin saber lo que planeo.

—Me alegra. Anne...Yo...

—No me hables idiota.

—No vine a pedirte disculpas —bufa, pero sigue caminando a mi lado, lo cual me parece perfecto, porque quiero verlo cuando lastime su ego.

—No es que me importe.

Se adelanta y trata de tomar mi mano, la arranco de su agarre y camino más rápido.

—Anne, necesitamos hablar ¿puedes escucharme un momento, por favor?

—No tengo tiempo.

Ni humor.

—Bien, ¿Qué harás?

Detengo a Ruthven con un ademán.

—Disculpa, ¿vas a seguirme a todos lados?

—Si eso debo hacer para que no te vayas con Joshua, sí.

Sonrío extasiada de ira.

—Excelente, vamos —y sin más alarde, tengo al demonio comiendo de mi mano y siguiéndome por todo el colegio.

Si de esto se tratara realmente ser la señora del infierno, tengo por seguro que me gustaría, pero no es así.

Entonces, me paro frente al mural de anuncios deportivos e inscribo mi nombre en la lista de aspirantes a la plaza de animadoras y doy un aplauso de celebración.

—Listo —Mis ojos buscan quemar a Ruthven —. Me he anotado en las animadoras para apoyar al chico del que estoy enamorada, quieras tú o no.

Silencio.

El demonio sonríe para mi asombro con un gesto tontorrón, y se desbanda en una carcajada que me hace difícil no querer chillar más, pero él me desordena el cabello. Parece inmune a mis enfados, así que le dirijo otra miradilla de desdén, esperando que reaccione y lo hace, pero esta vez tan frío que da miedo.

—¿Y tú crees que no haré nada?

Maldito. 

 

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