ARTHUR

CAPÍTULO DIEZ

"R"

Sus labios se sienten tan calientes sobre los míos.

Y los míos se sienten tan culpables sobre los de ella.

La casa vacía.

Bueno... no tanto como queríamos.

Éramos más que conscientes de quien nos miraba desde la puerta de la habitación.

¿Lo peor?

Disfrutábamos de su presencia.

Tanto como él disfrutaba la nuestra.

Monstruo.

Monstruos todos.

La única inocente era ella.

Mi chica.

La punta de mis dedos recorriendo desde su clavícula hasta sus glúteos.

La yema de sus dedos rozando mi cara.

Que lindas manos.

Tan angelicales.

Mantenía nuestros cuerpos unidos.

Mis pechos contra los de ella.

Gimoteaba cuando jugaba con sus genitales.

Que tierna.

Que tierna decepción.

Él nos vigila.

Me inclino un poco para besar y chupar uno de sus pezones.

Se sonrojó.

Me recuerda tanto a mí.

Yo también me sonrojaba con ella.

Me era más difícil entrar en crisis si me mantenía en acción.

Recosté su cuerpo desnudo sobre la cama.

Abrí sus piernas y pude notar lo mojada que estaba con solo palpar.

Con mis dedos estimulaba su clítoris y mi lengua lamía su entrada.

El sujeto de la puerta frotaba la cabeza de su polla contra la palma de su mano.

Repetía palabras sin sentido y yo me concentraba en brindarle todo el placer posible a ella.

Los músculos cerca de su vulva se tensaban y mi lengua notaba lo apretado que estaba.

Antes de poder darle la oportunidad a mí cerebro de jugarme una mala pasada haciéndome olvidar hasta mí nombre, me masturbé.

Tan fuerte.

Engañando el malestar de mi cuerpo con placer.

La chica más linda del mundo se vino en mi boca.

Su cara avergonzada cuando tenía un orgasmo.

Mordí mi labio y me coloqué en una posición cómoda para poder frotarme contra ella.

Era tan resbaladizo.

Nos movíamos la una contra la otra, disfrutándonos.

Queriéndonos.

¿Por qué me gustaba tanto ella?

¿Es posible amar a más de uno a la vez?

O simplemente eso no es amor.

Nuestros gemidos y los quejidos del pelinegro hacían eco en la pequeña habitación.

Sus ojos grises expectantes a cualquier movimiento que hiciéramos para saciar sus perversas fantasías.