ARTHUR

CAPÍTULO ONCE

Desconocido

Suspirando del alivio al saber que no era el padre de esa criatura cuya progenitora es una zorra interesada y habiéndomela quitado de encima por unos días, pensaba en múltiples maneras de hacerla arrepentirse por haberme engañado.

No estaba dispuesto a hacerme cargo de eso, pero estaría dispuesto a encargarme del cuerpo sin vida de Amber, y con el de ella, el de ese pobre feto que nacería en un hogar sin padre y con una madre que solo le interesaría educarlo para aprovecharse de él en un futuro.

Mas... esperaría el momento indicado para ello.

La policía solo sabe sobre un secuestrador, no un asesino.

Al asesinar a Amber estaría dando rienda suelta a que la policía pensara que se trata de otra persona, encuentren las grabaciones y ser señalado como el primer sospechoso.

Y eso no podía pasar.

Pero por otro lado, si no se encuentra el cadáver de Amber, lo tomarían como una entre tantas desapariciones, ya es una cosa relativamente normal aquí.

Una llamada entrante logró sacarme de mis pensamientos, yendo a buscar con apuro en mi cajón la grabadora que llevé conmigo a casa de Amber con el fin de demostrar que las amenazas de muerte no siempre fueron mías.

—No pienses que solo por no ser el padre te vas a salvar de la policía si les muestro tus intimidaciones hacia mi —conminó.

—Si no me pagas el dinero por éste niño, voy a envenenarte, no te hagas el machito conmigo, niño, puedo arruinarte la vida si quiero. —Hice que escuchara su propia voz a través del teléfono— ¿Escuchaste eso, Amber? Es tu linda voz. Si, lo sé, se ve feo amedrentar a alguien, pero tuve una buena maestra.

Ella iba a hablar pero continúe:

—Dime... ¿qué se siente que un "niño" haya utilizado tus propios trucos contra ti?

—¿Cuán...tas tienes? —Su voz, que hasta ahora había mantenido ese tono tan calmado, expuso su nerviosismo al quebrarse.

—Oh, tengo muchas como esa, querida.¿Las quieres escuchar? —pregunté soltando unas cuantas risas.

—No, no hace falta, sé muy bien qué tipo de hijo de puta eres.

—No lo sabes tu bien.

Pero lo sabrás.

—Estás actuando como un niño pequeño.

—¿Te refieres a justo como lo has hecho tú?

—Vamos a dejarnos de juegos.

—Precisamente eso vengo a proponerte. —Hice una pausa a propósito—. Dámelas, y yo te daré las mías.

—No pienso darte nada, ¿me crees estúpida?

—Yo también te daré las mías, es un trato. Vas a poder decidir por ti misma qué hacer con ellas. —Se quedó callada, solo escuchaba su respiración, me ponía de mal humor solo eso.

—¿Cómo sabré que no te quedarás con ninguna? -—finalmente cuestionó.

—¿Cómo sabré yo que tú no lo haces? Sólo nos queda confiar en el otro, como en los viejos tiempos.

—Yo nunca confié en ti.

—Como sea, quiero despedir ésta preciosa amistad con una cena. —Me aclaré la garganta— ¿Aceptas?

—Si, y estar propensa a ser envenenada por ti. Jamás.

—No soy tan mala persona, Amber. La cena será en tu casa, no tengo intenciones de herirte.