CAPÍTULO VEINTISIETE

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~Lilith Freya Windsor~

Tiempo.

¿Cuántas cosas se pueden hacer en un par de minutos?

Explicar superficialmente un trastorno mental.

Una vez que estuvimos solos, Andrew me mantuvo al tanto de mi trastorno. Decliné su oferta de hablarme sobre Wilder, siento que lo conozco más de lo que piensa.

Recostada a la pata de una mesa de madera llena de vitaminas, admiro con una débil sonrisa el rostro de Andrew. Quizá piense que estoy molesta por alguna razón, o lo demasiado traumada como para no querer hablar, y por eso me está dando mi espacio. Lo peor es que ambas cosas son verdad.

No lo perdonaré por arriesgar su vida para venir hasta aquí a buscarme. Tampoco me siento en mis cabales ahora mismo. Mi cabeza suena demasiado alto y mis pensamientos me regañan.

Él camina de un lado a otro de la habitación con mirada pensativa y perdida en un solo punto. Está muy concentrado.

No hablamos por un periodo de tiempo un tanto extenso. De vez en cuando me mira como rogando mi consentimiento para poder dirigirse a mí, aunque no sepa muy bien como hacerlo.

Sin siquiera decir palabra se acercó a mí. Por la manera en que lo hizo pareciera que esperaba que lo rechazara, pero al contrario, reforcé mi sonrisa y, atenta a sus pasos, me relajé. De igual manera, no era mucho lo que podíamos hacer.

Se sentó a mi lado y con un deje de pesadez, suspiró antes de hablar.

—¿Cómo te sientes? —Sus primeras palabras se sintieron secas, frías.

—¿Eso es lo que se te ocurre preguntarme?

—Perdón. —Bajó la cabeza.

—¿Dónde estamos?

—En el jardín.

Esas tres palabras fueron suficientes para activar en mi cerebro el interruptor de la duda.

—¿El jardín?

—Estamos bajo la mansión.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—No lo sé. Solía estar en una habitación amarilla, pero —Subió y bajó los hombros con rapidez—, Wilder se fue y sin él, Arthur hace lo que quiera.

Wilder.

Guardé silencio.

En el silencio escucho mis pensamientos, suenan demandantes y altos, pero con los años he aprendido a controlarlos mínimamente.

Nuevamente los segundos y minutos pasaron. El tiempo nunca se detuvo a esperar el abrazo que tenía ganas de ofrecerle a Andrew, pero que gracias a las cadenas de mis manos y las de mi corazón, no pude darle. Lo reservé para mis adentros, esta vez, con una sonrisa triste.

De repente mi corazón y mi cerebro se pusieron alerta a la par que los pasos de alguien, inferí sería Chase, avanzaban por el corredor hacia la celda en la que nos encontrábamos.

—¿La están pasando bien, parejita? —preguntó antes de lanzar una de sus risas diabólicas— ¿Tienen hambre?

—Jódete.

Esa palabra me costaría caro.

—Como ordene, señorita Windsor. —Enroscó la llave en su dedo y dándole vueltas, acompañó con un silbido sus pasos a la salida.

En un deseo egoísta y desesperado por querer ver la luz del sol, me apoyé como pude en la pierna de Andrew para levantarme y cojear hasta los barrotes. Pude ver cómo Chase elevaba la tapa que daba al jardín y parte de la luz exterior se coló por el gran agujero.

ARTHURDonde viven las historias. Descúbrelo ahora