CAPÍTULO FINAL

64 11 70
                                    


~Lilith Freya Windsor~

Había despertado en medio del frío y húmedo bosque adentrada la madrugada, lo supe porque ya el cielo estaba dibujado con casi imperceptibles betas anaranjadas. A mi lado yacía una mochila, la cual no dejé atrás luego de ver su contenido. Al inicio entré en pánico y corrí hacia donde primero me señalaran mis pies, ya que cargaba conmigo la idea de que todo esto sería uno de tantos juegos macabros de Chase, sin embargo, comprendí al final que el artista de esta obra había sido Wilder. Tenía sentido porque de estar en el suelo de la habitación de Chase, aparecí aquí, solo pudo haber sido él.

Mis pies ya estaban cansados de caminar y caminar, mi cuerpo se iba sintiendo fatigado y mi cabeza pedía descanso, mas no me detuve a mirar atrás y tampoco a tomar un respiro.

No quiero morir de inanición. El miedo se asienta en mis entrañas y hace que se encoja mi estómago. Solo veo árboles y hierba. Los ruidos de animales me espantan y hace un rato me pareció haber visto una serpiente. Me resigno a caminar por todo el bosque, siguiendo una estrecha carretera de tierra.

Después de unos kilómetros recorridos sin ver luces de autos o alguna otra cosa, me dispongo a descansar un rato. Sujetando la mochila muy fuerte entre mis débiles brazos, me tiendo en la hierba, donde un pedazo de raíz se me clava en la espalda y tengo que cambiar de sitio para poder permanecer.

Y en ese letargo del sueño, donde no existía nada más allá de un vacío enorme y un cansancio extremo, siento algo áspero rozar mi brazo. Lo dejé pasar, y aunque ya habiendo salido de ese limbo, mantuve los ojos cerrados.

Otra vez, esta vez más cerca del vientre. Estaba tan cansada que simplemente pasé mi mano por encima de la ropa, pero al notar algo abultado a mi lado, mis pestañas se crisparon y mis ojos se abrieron por completo.

Nada. No había nada.

Es hora de ir admitiendo que no podré dormir aquí está noche.

Tragué grueso y no me tomé el tiempo de sacudirme la ropa antes de continuar. Ya la mochila me pesaba, pero no la dejaría por nada del mundo.

Tomaba respiros por momentos para llegar consciente a donde sea que estuviese yendo. Cada vez se hacía más difícil avanzar, cada segundo mi espalda, mi cabeza y mis pulmones me ordenaban detenerme. No les hice caso.

Hubo un detonante que me obligó a recorrer metros y metros hacia adelante sin temor a lastimar mis pies a mi paso y sin importarme si estaba respirando o no; el pitido de lo que parecía ser un auto.

Efectivamente, tras unos árboles se encontraba la carretera, no muy luminosa, pero bastante transcurrida por autos y camiones que pasaban a toda velocidad.

Intenté gritar, pero no tuve el aire necesario ni la fuerza suficiente para hacerme notar entre tantas personas.

Con la poca fuerza que me quedaba cargué con la mochila hasta la acera, donde saqué el brazo para ver si alguien se conmovía y me ayudaba.

Me he sentido tan mancillada tantas veces a lo largo de mi vida que esto sería una pasarela para mi dignidad.

Tosí por la falta de aire y al hacerlo, me dió un mareo. Me vi forzada a sentarme en la acera, con la mochila en mi regazo.

Los carros no se detenían, la gente es muy cruel en Inglaterra, nadie te ayuda.

Sobrevive cómo puedas.

Mi aliento no tenía intenciones de volver pronto, fue entonces cuando decidí tomar la decisión más estúpida pero que podría salir bien.

Aprovechando que el tráfico había disminuido, me senté justo en medio de la calle. Sí o sí los vehículos se detendrían al verme, o me atropellarían como a un perro sin hogar.

ARTHURDonde viven las historias. Descúbrelo ahora