CAPÍTULO DOCE

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Desconocido

Me deprimía observando la espantosa decoración del salón de Amber, las telarañas adornaban las esquinas de cada tabique, la capa de polvo que se extendía sobre los sobrios muebles y la alfombra. Las paredes de ese color tan amarillento me hacían querer vomitar la tan asquerosa cena que preparó para nuestro intercambio.

—Preparaste esta mierda a propósito,¿cierto? —La miré asqueado.

—Sí. —Esa sonrisa de hija de puta plasmada en su rostro— Con lo que te odio, solo me faltaba hacerte la cena como si fueras mi marido.

—¿No hay noticias suyas? —Desplazaba el tenedor de un lado a otro, jugando con la comida, si a eso se le podía llamar comida.

—No actúes como si te importara. —Se cruzó de brazos.

—¿Cómo te lleva el embarazo? —Solté el utensilio cruzando mis manos sobre la mesa.

—Vamos a hacer el intercambio de las pruebas, ¿o prefieres tomar un café y seguir conversando sobre nuestras vidas como viejas de pueblo?

—Cuanta prisa tienes, claro, se me olvidaba, ahora que no puedes sacarme dinero deberás encontrar un trabajo. — Suspiró con fastidio ante mi comentario.

Al levantarse de la mesa para ir en busca de las cintas, aprecié ese trasero que solía follarme, mordiendo mi labio inferior al recordarlo.

Mi corazón comenzó a latir más rápido.

No, no era nerviosismo.

Era la emoción, la adrenalina de saber que estaba a instantes de resucitar esos recuerdos tan sangrientos que a partir de ser creados, exigían ser repetidos.

Según se acercaba la fecha, soñaba con esa escena, noche tras noche.

Acaricié el filo del cuchillo que traía, con la punta de mi dedo índice.

Ruidos de objetos chocando entre sí, confirmaban la ubicación de Amber.

Caminaba cauteloso hacia su habitación, las sucias paredes y los polvorientos muebles serían el único testigo del hermoso crimen que estaba apunto de cometer.

Silencio.

Un silencio que me asustó.

Los pasos de Amber.

Estaba regresando.

Escondí con urgencia el puñal en mi espalda.

Pero al salir del cuarto sus ojos azules se deslizaron instantáneamente hacia mi mano.

Mano que se esforzaba por esconder inútilmente la daga que acabaría con sus amenazas, mentiras y traiciones.

Lo sabía.

Lo sabíamos.

Ese vestido negro le queda tan bien.

Lástima que no puedas asistir a tu propio funeral con él.

Oh, cierto, no vas a tener funeral.

Sus ojos regresaron a los míos y la mirada más incrédula que había visto por su parte sólo la delató como una presa fácil.

—¿Qué pasó, Amber? —Exhibí el maravilloso filo del cuchillo, sujetándolo fuertemente por el mango— ¿Pensabas que te odiaba pero no lo suficiente como para matarte? —Reí con diversión.

Le dí la vuelta y observaba con interés el otro lado de la hoja.

Totalmente paralizada por el miedo, la pelirroja no hacía más que seguir mis movimientos con lujo de detalle.

ARTHURDonde viven las historias. Descúbrelo ahora