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Odiaba los espejos. Con toda mi alma.
Desde que era pequeña hasta mis amargos dieciocho. Cuando tenía ocho años los odiaba por miedo a que Maria sangrienta apareciera a través de él, o que mi reflejo comenzara a sonreírme cínicamente. Si necesitaba orinar por las noches prefería aguantarme o llamarle a gritos a Farid para que prendiera las luces, porque me daba el triple de temor pasar frente a uno de los espejos en el baño en medio de la oscuridad y él tenía que esperarme fuera hasta que volviera a mi cama.

A los doce comencé a odiar los espejos por lo que reflejaba en él, odiaba mi acné descontrolado, mis frenillos que dejaban heridas en mis labios, y mi flequillo mal cortado por mamá y que tardó en crecerme casi seis meses. Y para evitar torturarme con mi propio rostro evitaba mirarme ni de reojo.

A los quince comencé a odiar mi parecido con Farid, detestaba que las personas nos recalcaran la similitud entre nosotros. Cada que insultaba mi hermano llamándolo feo, él tomaba la oportunidad de recordarme que teníamos las mismas facciones. Cuando lo veía por los desayunos masticando ruidosamente frente a mí no paraba de observarlo con una mueca, ¿así lucía yo masticando?, ¿mi nariz también era tan respingona?, ¿mi rostro era tan asimétrico?

Después, a casi un mes de cumplir diecinueve años, seguía odiando los espejos, pero ya no los evitaba, podía pasarme varios minutos observando a la persona frente a mis ojos. Me tomaba mi tiempo para analizar cada poro de mi piel, cada pestaña, las motitas en mis iris, las cuencas bajo mis ojos, cada peca y las grietas en mis labios.

Fruncí mis labios en una mueca cuando repare en la piel reseca en mi barbilla y a los costados de ella, era la señal de que mi cuerpo comenzaba a ser consciente del invierno. Aplique una capa más de crema facial y bálsamos labial en un intento por humectar la zona, aún cuando sabía que a las pocas horas volvería a notarse la resequedad. Limpié con mi dedo mi párpado manchado de rímel y alboroté mi cabello para darle volumen. Y suspire a mi reflejo, el suéter negro solo acentuaba el pálido de mi piel, cosa que empeoraría cuando saliera de casa y el viento frío me reciba por completo.

Tocaron la puerta de mi habitación y Farid se asomó por ella.

—¿No te enseñaron que debes esperar a que te dejen entrar antes de abrir una puerta? —lo regañe cruzándome de brazos.

—No —abrió la puerta por completo y recargó su hombro en el umbral —. ¿Maratón de series hoy?, hay nueva temporada de Big Mouth.

—No puedo —noté mis manos igual de resecas y me puse más crema sobre ellas —. Voy a salir, pero mañana.

—Ah —mordió el interior de su mejilla y rascó su brazo —. Mañana saldré con los chicos.

—¿Por qué no haces el maratón con Abril hoy? —sugerí. Me senté en el borde de la cama para ponerme los converse —. Nosotros podemos hacerlo cualquier otro día, suponiendo que llegues a casa temprano.

—La veré solo —se enderezó y dio un golpecito a la puerta —. Pero luego no llores porque adelante la serie sin ti.

Chasquee la lengua y él salió dejando la puerta abierta. Cuando me acerqué a cerrar la ventana una brisa fresca me lanzo el cabello hacia atrás y decidí tomar una chamarra extra porque no pensaba morir de una hipotermia. Tomé mis llaves de casa, mi celular y corrí escaleras abajo, mi pie resbaló en los últimos escalones y pase por un mini infarto, pero salvé mi trasero sosteniéndome de las paredes.

—Si sigues así no creo que sobrevivas el resto del día —se burló Farid mirándome desde el sofá.

—Con suerte caeré sobre una zanja que terminara que mi agonizante existencia —abrí la puerta de entrada y lo miré sobre mi hombro —. Adiós, Cacas.

BREATHE ME (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora