Mentir.

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Decir deliberadamente lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa que es verdad con el fin de engañar a alguien.

19:19

—¿Cuánto tiempo has estado con el dedo así?

No me hizo pensarlo durante mucho tiempo.

—Unos diez minutos —mentí.

Mordí mi labio inferior con algo de nerviosismo, apenas llevaba una hora ahí pero sentía que mi corazón iba a mil. Miré de reojo a Lobo, que estaba apoyado sobre la pared con los brazos cruzados dejándome ver como sus músculos estaban apretando la sudadera que llevaba. Me miraba con gracia, quizá se estaría riendo de mí en ese instante.

—Eso ya es mucho. No quiero suponer nada pero esa rotura habrá tenido que doler bastante, apenas he visto la radiografía pero ninguna persona hubiese sido capaz de aguantar mucho tiempo con ese dolor —el médico seguía mirando la muñeca ya escayolada con atención.

—Me imagino —miré de reojo haciendo presión en mis dientes para no soltar cualquier insulto a Lobo.

No aguanté durante el camino al hospital, las lágrimas ya se caían por mis ojos, pero no dejaba que él me viese aunque ya sospechaba algo de aquello. No me preguntó nada, por lo que se lo agradecí mentalmente. Por suerte durante todo el camino fuimos escuchando a Bon Jovi y eso hizo que el camino hacia el hospital fuese más ameno.

Una vez llegamos al hospital, nos atendió la recepcionista, que no fue muy agradable o por lo menos conmigo, con Lobo parecía que estaba ligando con su cita más esperada de Tinder. Fue bastante incómodo en un principio y llegué a creer que sino hubiese sido por él, ahora mismo estaría en la sala de espera agonizando para que un médico llegase sólo de verme.

No sentía casi el brazo entero e incluso llegué a creer que me lo tendrían que amputar.

—¿Cómo te lo hiciste? —siguió inspeccionando el dedo bajando las gafas hacia la punta de su nariz.

Mi padre decía que de pequeña no era tan mentirosa como lo era ahora, y eso tenía una sencilla explicación: Mi madre. Sus falacias ganaban los oídos de sus conquistas, y aunque supiese ya de por si que mentir era de lo peor que podía hacer, sabía que haciéndolo me libraba de muchas situaciones comprometidas, como la de ahora.

—Me caí por las escaleras.

Tragué saliva con tanta fuerza que llegué incluso a pensar que me escucharon. El ambiente quedó en tensión y no quise mirar a ningún lado que no fuese mi muñeca envuelta por las apretadas vendas que casi me dejaban sin flujo sanguíneo.

Subí la cabeza para encontrarme con la mirada confusa del médico.

—¿Por las escaleras? ¿Y cómo puede ser que solo te hayas roto la muñeca? No tienes ninguna herida superficial, incluso ni un rasguño.

Me mareé por unos segundos dejándome en blanco. Como un acto reflejo miré a Lobo que reprimía una sonrisa y me susurraba desde lo lejos sin que llegase a enterarse el médico:

—Eres muy mala mintiendo.

Mi respiración aumentaba con fuerza, y no por la situación que estaba viviendo. Le estaba mintiendo a un médico simplemente por no echarle la culpa a Lobo, a él. Y este se reía de mi desde la esquina, a metros de mí. Noté que el calor subía por mis mejillas y que las uñas de mis dedos clavaban con fuerza la palma de la mano sana.

Se sentía bien ese dolor.

—Bueno pues...

La mirada expectante del médico me ponía cada vez más nerviosa.

La ecuación de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora