Libertad.

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Facultad y derecho de las personas para elegir de manera
responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad.

Sábado, 21 de mayo.

20:02

Refregué mis ojos con cansancio. Me pasé toda la tarde tratando de buscar más información sobre Clara, su vida y su pasado. Pero apenas había más reseñas, comentarios y alguna que otra crítica graciosa por parte de Adrián, el hermano de Clara. Estaba tan exhausta de buscar algo que ni yo misma sabía si iba a encontrar, que me replanteé más de una vez dejarlo ya, rendirme.

Pero no podía ser capaz.

No podía hacerlo cuando la imagen de Lobo y yo estaba en esa página.

Me levanté del incómodo asiento y me separé del escritorio. Tuve que estirarme un par de veces para hacer desaparecer los nudos que tenía en la espalda. Después de la última pelea con mi padre las cosas iban mucho mejor y aunque me costase admitirlo, eso me estaba haciendo feliz. Esa misma mañana me dijo que me podía quedar descansando en casa, que él se ocuparía de cerrar el local, y se lo agradecí eternamente.

Con pereza me levanté hacia el móvil, mirar las redes sociales no era mi gran pasatiempo favorito pero para matar el aburrimiento era lo mejor. Me tendí en la cama no sin antes mirarme en el espejo.

Quizá la ropa que llevaba no era la mejor, ya estando acostumbrada a vestir de negro se me hacia raro vestirme con otros colores, mamá siempre decía que no tenía estilo y me vi obligada a llevar toda la incómoda ropa que ella compraba para mí. No iba a negar que era de lo peor, pero como apenas salía de la casa no era una gran preocupación para mí.

Justo en el instante en el que mi cuerpo iba a caer en la cama para que en los próximos minutos cayera rendida en un profundo sueño, recibí un mensaje que me dejó extrañada.

Lobo.

¿Estás en casa?

Ágata.

¡Hola! ¡Estoy bien! Muchas gracias por preguntar eres muy considerado.

¿Tú cómo estás? Me muero de la curiosidad por saberlo.

Yo y el sarcasmo nos llevábamos muy bien.

Lobo.

Vuelvo a repetirlo.

¿Estás en casa?

Giré los ojos frente a su contestación.

Ágata.

Sí.

¿Por qué?

Lobo.

Baja.

Fruncí el ceño y con rapidez me asomé a la ventana. Fue tan brusco el movimiento que tuve que agarrarme a lo primero que encontré para no caerme del mareo que me entró. Temblorosa quité la cortina que no me dejaba ver el exterior y agudizando mi visión observé el auto de Lobo.

Sentí cómo mi corazón dio un vuelco por completo y sin pensarlo volví a coger el móvil.

Ágata.

La ecuación de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora