Nervios.

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Tendencia a reaccionar a los estímulos del entorno a través de una emocionalidad negativa.

Miércoles, 25 de febrero.

19:40

Los golpes.

Las mentiras.

Los insultos.

Todo estaba volviendo de nuevo a mi cabeza.

¿Conocéis esa sensación en la que quieres volver al pasado para cambiarlo todo? Para plantarle a cara a todo el que te hizo daño, todo lo que provocó en ti una lucha interna para seguir adelante. Cada día me levantaba con un nudo en el pecho por la falta de valentía para plantarle cara a ella. Cada día sentía que profundas dagas afilaban la piel de mi garganta dejándome llorando por horas.

Sabía que ahora empezaba mi vida, la que yo quería, que nadie ni mucho menos ella iba a ser capaz de hacerme retroceder como hizo en toda mi adolescencia. Pero dolía tanto pensar que durante ese tiempo había sido utilizada y dañada. Volvía el profundo dolor de cabeza y ganas de romperlo todo. De romperla a ella.

Y lo que más me jodía era que ella seguía ahí, trabajando en lo que quería, acostándose con quien le daba la gana, bebiendo lo primero que encontraba...Ella estaba feliz, conmigo o sin mí. Mientras tanto yo, seguía anclada en el pasado queriendo seguir caminando hacia el presente, pero molestaba tener tantas espinas en el pecho cada vez agujereando más las heridas.

Mi madre provocó que me convirtiese en la persona que más odiaba, me convirtió en ella.

—Necesito tú ayuda.

Bufé agotada quitándome una gota de sudor que caía sobre mi frente. Mi padre habló justo cuando ya estaba a punto de tener de nuevo un ataque, en gran parte se lo agradecí mentalmente.

—Dime.

Mi padre se llevó toda tarde arreglando la nueva puerta de la entrada de la cafetería. Y eso conllevó a que tenía que atender a cada uno de los clientes sin su ayuda.

¿Qué si me volví loca?

Más que eso.

No iba a negar que me encantaba atender a los clientes. Incluso a los nuevos que llegaban y conocían la cafetería o aquellos que ya se conocían cada esquina de memoria y saludaban como siempre. Pero cuando te dabas cuenta de que los clientes se te amontonaban en la barra, ya no era muy divertido aquello.

Tomé un trapo que había sobre la barra y comencé a limpiar las mesas con algo de energía, o por lo menos la que me quedaba.

Y me vi en el reflejo de uno de los cristales, tenía el pelo hecho un desastre y por no hablar de como iba vestida. El atuendo de ese día no era el mejor que llevaba. Las botas marrones no quedaban muy bien con los vaqueros rojos.

¿A quién se le ocurre vestir tan mal?

A ti.

Mi madre me lo decía mucho, sino hubiese sido por ella, me hubieran echado del colegio o incluso insultado. Cada mañana tenía una pelea con ella porque no le gustaba los outfits que hacia. Sin olvidar el día en el que un hombre se me acercó para darme dinero ya que se creía que vivía en la calle por mis atuendos. Los insultos o risas que recibía por parte de mi madre, eran lo suficiente para saber que no vestía bien, que me tenía que cambiar. Apenas me ayudaba a qué ropa comprarme o incluso a asesorarme, que era algo que veía que las madres hacían con sus hijas. Y con el simple hecho de preguntarle si podía acompañarme a comprar ropa, ya era motivo para soltar estruendosas carcajadas enfrente de mi cara.

La ecuación de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora