Curiosidad.

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Deseo de saber o averiguar una cosa.

21:21

—Te dije que no debías de acercarte a nadie ni mucho menos hablar, ¿escuchas cuando alguien te habla?

Cerré los ojos con una mezcla de vergüenza y culpabilidad. Aunque con algo de agradecimiento, también. Sino hubiese sido por él, en esos instantes estaría acorralada por cientos de personas de los cuáles no recordaba ni sus rostros.

—Ya lo sé y para tu información sí, escucho cuando alguien me habla —mi voz sonó firme y sin ningún temblor. Agradecí mi capacidad de demostrar que no estaba muerta de los nervios.

—Pues no lo parece por haber hecho justo todo lo contrario a lo que te dije —miraba al frente con un semblante serio que me hacia echarme atrás.

Sus manos se introdujeron en los bolsillos y como pude, intenté fingir que no me importaba lo que me decía. Aunque me ocurría todo lo contrario.

—No me gusta hacer lo que me digan los demás —me sinceré.

—¿Aún poniendo tú vida en riesgo? —alzó una de sus cejas.

—Aún poniendo mi vida en riesgo.

Nunca me había gustado hacer eso, seguir a los demás, hacer caso a las instrucciones, andar detrás de todo lo que hace la sociedad. Mi padre me contaba que de pequeña siempre estaba en mi mundo, y que cuando me castigaban, me volvían a castigar porque me saltaba el castigo.

No me gustaba vivir encadenada a mis propios pensamientos y a las personas. Prefería vivir libre, sin ningún ancla en el tobillo que me dejase en lo más profundo del mar. Pero para mi mala suerte, mi madre no quiso eso. Es por ello por lo que adquirí mi carácter, tan descuidado y fuerte. Aunque la odiase con toda mi alma, gracias a mi madre aprendí a cuidarme por mi misma y huir de todo lo que me hacia daño.

Apreté los labios al pensar en ella.

—Oh vamos, no me digas que no es divertido arriesgarse —ladeé mi cabeza a su dirección sonriendo—. Incluso si da miedo, eso es mucho mejor.

—Sí claro, y más cuando un grupo de más de cincuenta personas te pueden comer viva —habló con sarcasmo.

—Más diversión todavía, ¿no te das cuenta? —le miré con curiosidad—. Lo que pasa es que eres un aburrido y no sabes divertirte.

Le contesté en un tono en el que esperé que se riese, pero para mi sorpresa hizo todo lo contrario. Sus labios formaron una línea recta y por la forma en la que me miró pude jurar que me hice pequeña al lado de él.

—¿Quieres que te vuelva a dejar ahí dentro? —dijo en un tono duro y profundo—. Quizás cuando salgas, te replantearás quién es el aburrido.

Suspiré, como si hablar con él fuese un sufrimiento.

Pero realmente no lo era.

Seguimos andando y las bajas temperaturas de la madrugada se calaban por mis huesos. Nos estábamos alejando de la fiesta que estaban formando ahí. Agaché la cabeza fijándome en cada paso que daba y tratar de evitar no caerme. La muñeca me escocía de vez en cuando, pero no me limité a quitarme la venda que tenía.

Curiosa, mis mejillas se encendieron cuando recordé lo que dijo Lobo ahí dentro antes de que estuviesen a punto de comerme viva.

¿La conoces?

Es mi compañera.

Carraspeé, llamando su atención.

—¿Qué significa eso de compañera?

La ecuación de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora