Atracción

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Fuerza que tiene una cosa para atraer a otra o hacer que se le acerque.

21:59

—¡Joder! Me estás haciendo daño, imbécil —aparté la mano notando de nuevo el escozor sobre mi piel herida.

Sin levantar la cabeza, Lobo subió la mirada para verme. Sus manos seguían manteniendo la mía que estaba herida. La mano derecha ya la había curado por completo, teniendo que escuchar algún que otro quejido mío. Mientras que en ese momento estaba ocupado con la mano izquierda.

Sujetaba una gasa con agua y jabón limpiando las heridas superficiales de los nudillos. Por suerte la sangre ya había desparecido de mis manos, aunque de la ropa, cara y brazos no.

Joder, parecía todo una masacre.

—Me parece fascinante cómo le has pegado una paliza a un hombre que no conocías y cómo has roto el cristal del ascensor con estas manos —levantó el dorso mostrándome los rasguños—, y que ahora te estés quejando de que te duele.

Desde que llegamos a su casa. Nada más entrar, me llevó a la cocina que se encontraba a rebosar de vasos, platos y más cubiertos sucios. Me dio por pensar que quizá no le dio tiempo a limpiar lo suficiente, pero cuando observé de reojo el salón, supe que lo tenía hecho todo una porquería. Eso causó en mí mucha curiosidad, ¿por qué estaba todo tan sucio? Sin embargo, él siempre se veía limpio.

Tuve que contarle todo lo que había ocurrido. Desde la pelea con mi padre hasta lo último que me ocurrió con el hombre del callejón.

Sus ojos no daban crédito a todo lo que estaba contando aún así permaneció en silencio hasta que había terminado. Tomó lo que era un trozo de algodón limpio y empezó a curar mis heridas. Todo eso en silencio. Aunque de vez en cuando se escuchaba algún jadeo de mi parte.

—Cuando estás enfadado o triste nada físico te duele —me encogí de hombros quitándole importancia.

El contacto de su mano con la mía hacia ponerme nerviosa y por el temblor de las manos de Lobo, supuse que él también lo estaba. Dejó caer mi mano sobre mi regazo y tiró la gasa que en un principio parecía estar blanca, pero pasó a tener un color más rojizo, por la sangre y suciedad quizá.

Se volvió a sentar justo enfrente de mí y con los ojos fijos en los míos analizó mi rostro. Seguía manteniendo ese semblante serio que tanto me impactaba. Tomó de nuevo un trozo de algodón y la mojó en agua limpia. Con la mirada me pidió permiso para acceder a tocarme la cara y asentí. Una de sus manos fue directa a mi mentón que la sujetaba con delicadeza. Mientras que la otra apuntaba con el algodón sobre mis mejillas sucias. En ese momento me sentí nostálgica, quizá por estar viviendo algo que durante mi adolescencia nunca llegué a vivir.

El hecho de que alguien se preocupase por mí.

Por un momento me vi en la obligación de girar la cabeza y en ese instante observé uno de los armarios que estaban abiertos. Agudicé la visión y pude observar una montaña de cajas de pastillas sobre ella. Aunque mi vista no fuese la adecuada en esos momentos, pude leer el nombre de algunas de las cajas.

Bromazepan.

Diazepam.

Fluoxetina.

Dudosa volví a mirarle, pero apenas se percató de que sabía que tenía todas esas pastillas ahí. Recordé a mi hermano, y supuse que eran ansiolíticos y antidepresivos, por ese instante tuve que pensar durante unos segundos para darme cuenta de que Lobo tomaba esas pastillas.

Mi respiración se entrecortó y por un momento sentí que con mi propia saliva me estaba ahogando. Intenté mirar a otro lado que no fuese él, quizá por la incomodidad de haber visto algo que era privado, pero era imposible.

La ecuación de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora