Estado de ánimo que nos invade repentinamente y que no siempre sabemos manejar.
Mezcla entre enfado e irritabilidad.
Miércoles, 6 de mayo.
11:11
—¿Entonces ya está todo bien? —cuestionó mi hermano metiendo su última prenda de vestir en la maleta.
—Sí, regresé a casa por la mañana y hablamos, me disculpé aunque él también lo hizo. Nos quedamos durante quince minutos abrazados, no exagero. Creía que iba a seguir enfadado, pero parecía más asustado.
—Normal, Gata. Te llevaste toda una madrugada sin avisarle dónde estabas, además de que no llevabas ni el móvil. Por cierto —levantó su rostro para verme—, ¿dónde te quedaste?
Tragué saliva con dificultad.
—En casa de Enrique.
Mentirosa.
Mentirosa.
Mentirosa.
—Pues menos mal que te pudiste quedar con él.
Asentí temblorosa.
Mi hermano ya estaba haciendo las maletas para irse, le estaba llevando bastante tiempo por la cantidad de ropa que tenía en la habitación. Una sensación de alivio se instaló por mi cuerpo al saber que mi hermano dejaría ya ese tétrico lugar.
Nunca me había dado confianza el hospital.
Aún así tenía que seguir varias indicaciones de los médicos y pasar semanalmente a la sesión con la psiquiatra. Anteriormente siempre iba a la misma psicóloga, pero por su empeoramiento, le pasaron a la psiquiatra. Cuando nos dijeron que ya podía darse de alta, creí que estaba sano, que ya no volvería a recaer, que por fin no se dejaría avasallar por los comentarios de mi madre.
Pero no siempre es así, todavía le quedaba un duro camino de aprendizaje, porque aunque ya no siguiese en el hospital, no quería decir de que estaba sano. Eso me hizo recaer, aún así, supe que por lo menos, las complicaciones que lo llevaron a hospitalizarse, habían desparecido un poco.
Sus manos se movían nerviosas por las maletas que tenía tirada en la cama y una sonrisa divertida salió de mis labios.
—¿Qué harás tú primer día fuera del hospital?
No pareció pensarse mucho la respuesta.
—Necesito ir a la playa y volver a bailar ballet —comentó emocionado.
—Tendrás que enviarme algún vídeo —guiñé mi ojo.
—Claro, eso no lo dudes. Aunque no sé si con mamá...
Suspiré cerrando los ojos. Noté un pinchazo en mi cabeza al recordarlo todo.
Los insultos de mi madre a Alejandro.
Las críticas.
Las burlas.
Una oleada de calor se infundió dentro de mí y no podía dejarlo estar. Las voces en mi cabeza repetían una y otra vez, volviéndome loca.
—No te pongas a pensar en ella, tú sólo disfruta de lo que haces. Además hay mucha gente esperando a que vuelvas a las clases de ballet.
Sonrió nostálgico.
—Me muero de ganas.
Me acerqué a él —dudosa al principio—, y le di un abrazo que llegué a sentir hasta en lo más profundo de mí. Mi estómago se removió, quizá de los nervios. Pero era incapaz de dejar de pensar en que mi hermano ya iba a dejar ese lugar, que eso significaba que estaba mejor, aunque el proceso de curación siguiese vigente. Mi mano acarició con cariño su pelo negro que tanto me gustaba y aspiré su aroma de vainilla. Un par de lágrimas cayeron sobre mis ojos y no pude evitar ocultarlo. Noté un pinchazo en el pecho que me hizo abrazarlo con más fuerza, mi hermano sorprendido suavizó su agarre, pero no dejó de abrazarme.
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La ecuación de Lobo
RomanceÁgata no sabía qué era estar sola. Lobo no sabía qué era estar acompañado. Ágata temía la soledad. Lobo temía la compañía. Ágata vivía escondida de su pasado. Lobo seguía en pie gracias al pasado de Ágata. Ambos se destruyeron de la forma más bonita...