Sentimiento de intensa atracción emocional y sexual hacia una persona
con la que se desea compartir una vida en común.22:56
Después de llevar media hora fuera del coche, me di cuenta de que mis piernas pesaban más de lo normal y supuse que al final no era tan mala idea salir con Lobo, no me preocupé por lo que pensaría papá, ya me encargaría de enviarle algún mensaje si me llamaba.
—Tengo el corazón a mil —suspiré angustiada. Reduje el ritmo poco a poco quedándome atrás de él que daba zancadas a comparación de mis pasos. Debía de admitir que Lobo era más alto que yo, provocando que a veces incluso tuviera que lazar la cabeza par observarlo.
Escuché su risa a mi lado.
—Ese es el efecto de la adrenalina.
Al final me gustará eso de la adrenalina.
Las fachadas de los edificios formaban una especie de sombra con el contacto de las luces de las faroles que me dejaba embobada viéndolas. Cada edificio parecía más acogedor que el anterior y el efecto de las calles vacías por las horas que eran me hacían creer que éramos las únicas personas en Valencia.
Lobo ralentizó sus pasos y quedamos al mismo nivel, cosa que agradecí mentalmente. Apenas se escuchaba algún que otro coche pasar hasta que decidió iniciar una nueva conversación.
—Pero es raro —parecía pensativo manteniendo la mirada al frente—, yo estaba casi seguro que era la misma casa a la que fuimos a la fiesta, y sin embargo salió un hombre.
—Seguramente es otro de los amantes de mi madre.
Me vi obligada a devolverle la mirada y, a pesar de ya estar acostumbrada a la suya, seguía notando mi corazón parar cuando chocaban nuestros ojos a la vez.
Él como respuesta asintió aparentando no darle mucha importancia a la respuesta que le di. Tragué saliva, algo arrepentida por lo que le dije, quizá no fueron las mejores palabras para describir la situación de mi madre, pero reconocí que las palabras salieron solas.
—¿Y ahora a dónde vamos? Me prometiste en el coche que me llevarías a casa.
—Yo no he prometido nada, chivata. Yo he dicho que posiblemente te llevara a casa, pero primero quería hacer una parada.
Me encogí de hombros, porque no sabía dónde me llevaba realmente, pero llegó un momento en el que no me importó lo suficiente. Guardé mis manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón y proseguí el camino no sin antes observar el cielo.
Repleto de estrellas.
—¿Y a ti te ha servido? —inquirí con curiosidad.
—¿El qué? —frunció el ceño. Parecía que le había tomado desprevenida la pregunta.
—Gritar, soltarlo todo.
Ladeó su cabeza a mi dirección, pareciéndome tierno aquel gesto, y sonrió sin llegar a enseñarme sus dientes. Antes de contestar tomó aire, como si estuviera pensando más de una vez lo que iba a decir.
—Más de lo que creía. Aunque mañana estoy casi seguro de que me dolerá la garganta.
Reí.
—Pero habrá sido por una buena causa —insistí y de reojo observé como asentía dándome la razón.
—¿Y a ti?
Antes de que comenzase a hablar, le devolví la sonrisa y la captó al momento. Agaché la cabeza mientras me percataba de cómo ambos nos sincronizamos sin decir absolutamente nada. Intenté peinar mi cabello con los dedos de las manos, siendo un acto fallido, pues a los segundos volvió a despeinarse por el viento.

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La ecuación de Lobo
RomanceÁgata no sabía qué era estar sola. Lobo no sabía qué era estar acompañado. Ágata temía la soledad. Lobo temía la compañía. Ágata vivía escondida de su pasado. Lobo seguía en pie gracias al pasado de Ágata. Ambos se destruyeron de la forma más bonita...