Hacer que una persona o un animal se pongan furiosos.
Hace 2 años atrás.
Dejé la mochila caer en la entrada de casa. Un olor a pescado quemado llegó a mis fosas nasales, quizá la nueva empleada de mi madre iba a ser despedida por ello. Me asomé a la cocina, unas enormes lámparas adornaban en el techo y el enorme espacio que había en la cocina daba para hacer hasta una boda en ella.
Nunca entendí por qué mi madre creía que así se vería mejor.
Nadie se percató de mi presencia y eso me alegró en cierta medida, hace dos días tuve una fuerte discusión con mi madre y desde ese momento no me dirigía la palabra, únicamente para pasarle la sal en las comidas. Mi hermano estaba en las clases de ballet, pero me daba la extraña sensación de que pronto lo iba a tener que dejar, su peso estaba bajando poco a poco más y cuando observé que los huesos de su clavícula se resaltaban cada vez más no dudé en hablarlo con mi madre.
Y de ahí la maravillosa discusión que tuvimos.
Subí las escaleras hasta llegar a mi cuarto, el olor a jazmín me recibió de buena manera y me tiré en la cama. Segunda carrera en la que estaba y ya me quería salir de ahí, no sabía reconocer por qué mi madre tenía esa manía de creer que los únicos que estudios que habían era la carrera universitaria. Observé el hueco de la ventana y una ola de aire fresco chocó en mi rostro, revisé el móvil y no tenía apenas ningún mensaje en él.
Acostumbrada a eso, me levanté de la cama con algo de pereza pero me fijé en algo que me hizo fruncir el ceño extrañada. Justo en la papelera que había en la entrada de mi habitación se encontraba una enorme bola de papeles que se me hacían reconocidas. Me acerqué a ella y tomé uno de los folios, eran cartas.
Las cartas que llevé enviándole a mi padre desde hace meses.
Estaban las cartas de julio, de agosto, de septiembre...Incluso las de este mes.
Sentía que la presión se me bajaba y aunque agradecí saberlo pues me llevé durante todo este tiempo creyendo que mi padre estaría enfadado conmigo, la rabia se estaba acumulando en cada poro de mi piel. Me costaba respirar y un cosquilleo apareció en la punta de mis dedos.
No podía pensar en ella.
No podía creer que fuera ella.
Pero maldita sea el momento en el que pasó por delante de la puerta.
—¿Has sido tú verdad? —tembló mi voz.
Me miró de reojo con cierto desprecio, ya estaba acostumbrada a aquello. Chasqueó con la lengua y me observó de arriba a abajo.
Me hacia sentir débil.
—¿El qué? —habló con seguridad.
—La que has tirado todas las cartas de papá. Todas las cartas que he intentado mandarle durante estos meses.
—¿Y qué más da? Son cartas, Ágata. Deja de preocuparte por estas tonterías, siempre estás igual. Y ni se te ocurra soltar alguna lágrima.
La garganta me escocía y sentía mis ojos nublarse. La figura de mi madre seguía ahí y sus palabras eran más dolorosas. Sentía sus palabras como dagas en el pecho y no podía seguir así.
—Estas cartas no tenían nada que ver contigo. Y no son tonterías porque eran cartas para mi padre. ¡No entiendes que también quiero hablar con él! ¡Soy su hija! —ya estaba perdiendo los nervios.
Vi cómo en el segundo en el que terminé la frase sus ojos se encendieron y supe que ya me había perdido. Tragué saliva con fuerza y me arrepentí al segundo.
—Que sea la última vez que me hablas así. Tú padre no quiere que le hables, está bastante ocupado en la estúpida cafetería para que quiera hablar contigo. Aprende de una maldita vez.
Decidí callarme como siempre, como si realmente todo lo que decía era verdad. Y me lo creí, como tantas veces hizo conmigo. Sus ojos me miraron de nuevo con asco, repudio...Y ni siquiera sé con que más porque a los segundos me cerró la puerta en la cara y me dejó enfrente de un trozo de madera con el cuerpo sin fuerzas.
Apreté los puños con fuerza y las uñas se clavaron en la palma de mi mano. Tomé el aire varias veces pero era imposible controlarse, necesitaba gritarle, soltarle todo...Pero no podía, porque reconocía que ella era más que yo. Las lágrimas comenzaron a caer pero las sequé en un solo movimiento.
No podía controlarme.
Corrí a la pared y me senté ahí mientras golpeaba la pared con fuerzas. Mis nudillos se comenzaron a poner cada vez más rojos y la sangre se empezaba a ver. No me importó en absoluto. Sabía que lo hacia queriendo, que quería verme así...Y lo que más me molestaba era que lo estaba consiguiendo.
Necesitaba sacar la impotencia que guardaba.
Necesitaba liberarme de la rabia acumulada.
Necesitaba salir de ese bucle.
Y es que nunca hablaron de que una persona de tu misma sangre también puede hacerte daño.
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La ecuación de Lobo
RomanceÁgata no sabía qué era estar sola. Lobo no sabía qué era estar acompañado. Ágata temía la soledad. Lobo temía la compañía. Ágata vivía escondida de su pasado. Lobo seguía en pie gracias al pasado de Ágata. Ambos se destruyeron de la forma más bonita...