Cariño.

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Sentimiento moderado de amor o afecto hacia una persona o un animal,
por el cual se espera su bien y generalmente se desea su compañía.

—Vete.

Paré en seco creyendo que no me había escuchado. Me aseguré de que no me estaba mirando y estaba en lo cierto, tenía las piernas flexionadas pegadas a su pecho. Su cabello se dejaba caer con calma sobre su rostro haciéndolo ver mucho más atractivo, no podía dejar de mirar su perfil.

—Sabes que no lo haré. Anda déjame un sitio a tú lado —comenté cuando ya mis piernas se flexionaron para estar junto a él. El viento despeinó mi pelo, pero no me importó.

Me dejé caer y nuestros hombros chocaron, creí que se separaría o que quizá se iría, dejándome sola. Pero no fue así, se quedó. La arena hizo contacto con mi trasero y tuve que admitir que era cómoda esa sensación, la luna llena brillaba más de lo normal y creí que era alguna señal del destino que hoy estuviera así de bonita.

Pasamos unos minutos de silencio. Las olas del mar chocaban entre ellas y la noche nos acogió como nunca lo hizo y es que después de mucho tiempo sentí que el silencio ya decía más que las propias palabras. Percibí que la respiración de Lobo se fue tranquilizando a medida que el tiempo pasaba y eso fue un motivo más que me obligó a querer seguir con él.

No podía dejarlo solo.

—No estoy bien, Ágata —empezó a hablar Lobo. Mi piel se puso de gallina al notar su voz ronca a pocos centímetros de mi oído.

Miré de reojo. Sus ojos cayeron en las manos que jugaban entre ellas quizá por el nerviosismo de la situación. Mi interior se mataba por querer abrazarlo, pero posiblemente por la vergüenza me aguanté.

—Puedes hablar conmigo, ya lo sabes. Puedes soltar todo lo que guardas —agarré su mano fría en comparación con la mía y la apreté. Giró su cabeza y me miró a los ojos con una profundidad que nunca habría podido describir. Su mirada se cristalizó y la luz de la luna chocaba en su rostro haciendo que fuera hipnótico verle.

Sonrió con dolor, con un dolor que era incapaz de describir pero que me revolvió el alma y ahí fue cuando me pregunté cuántas personas están rotas por dentro. Cuántas personas tienen mil pedazos por los suelos y no se dignan a recogerlos por miedo de que se vuelvan a romper.

Me asusté de él, de mí y de todo lo que estaba sucediendo.

—Quiero hacerlo, de verdad. Pero tengo todavía algo dentro de mí que me ahoga —su voz sonaba triste—. A veces intento mirar la vida de una manera más positiva, pero no puedo. Mi cabeza se encarga de verlo todo negro, no hay nada de luz en ella.

Mi corazón se quebró por la sinceridad de sus palabras y me permití callar, quería que fuera él el que soltase todo lo que no dejaba salir. Noté que la garganta comenzaba a escocer e intuí que las lágrimas estaban a punto de caer. Me costaba creer que alguien como él, guardase tantas cosas en su interior y que aún así no se le notara en absoluto.

Como si fuera una caja fuerte.

—Llevo así varios años —siguió hablando.

—¿Cómo? —no dejé de mirarle.

Era tan intenso ese momento que sentía que se estaba desnudando enfrente de mí, que las palabras se convertían en hilo de coser para mi corazón roto y que sus ojos se compenetraban con los míos a la perfección haciéndome desear que la noche no acabara.

—Triste, perdido, vacío. No me encuentro y creer que toda la vida seguiré así es lo que hace que imagine que realmente esta no es mi vida —miró al cielo.

La ecuación de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora