Lascivia

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Propensión a los deleites carnales.

Sábado, 30 de mayo.

23:09

Sentía la adrenalina correr por mis venas y el ritmo cardiaco aumentaba a medida que veía las revoluciones subir. Extendí una de mi manos al mango de la puerta para agarrarme mejor, Lobo pegaba unas curvas que parecía que iba a salir volando. Después de muchas súplicas me dejó bajar la ventana y eso se sentía mucho mejor. El aire chocando en mi rostro, ver las luces de la ciudad brillando y lo mejor de todo Lobo. Observar a Lobo conducir era algo que me encantaba hacer, incluso podría decirse que era uno de mis pasatiempos favoritos. Se me hacia la boca agua ver su mirada tan concentrada en la carretera y ambos brazos extendidos al volante. La seguridad y confianza que transmitía en sí mismo era asombroso y si hablamos de cómo deseaba besar sus labios y tocar cada parte de su piel...Pero en ese momento no podía pensar en eso.

Era la segunda competición a la que asistía Lobo después de haberse dado un tiempo y esta vez me ofreció ser su compañera, aunque en ese momento ya no estábamos fingiendo. Acepté sin dudarlo, sabía que iba a ser una experiencia incapaz de olvidar en mi mente. Nos quedaban apenas unos metros para llegar a la meta y teníamos bastante ventaja frente a los otros concursantes. Pero dudé por un instante cuando vi que Lobo cogió la palanca de cambios y fue bajando las marchas a medida que frenaba, me giré hacia él y me echó una mirada rápida que me dejó más confundida.

—¿Qué estás haciendo?

No contestó sólo sonrió de lado, observé cómo al fondo todos los espectadores se quedaron atónitos al ver que Lobo se quedaba atrás. Lo tomé de la mandíbula y le obligué a mirarme, sus ojos permanecieron en contacto con los míos y no aguanté sin mirar sus labios.

—Te repito...¿Qué cojones estás haciendo? Estás perdiendo, Lobo.

—Ya lo sé —me guiñó el ojo.

El coche se paró por completo dejándonos en medio de la pista. Todos los demás se quedaron ahí celebrando la victoria de los otros concursantes mientras que algunos se quejaron por la pérdida de Lobo, pude llegar a ver cómo uno comenzó hasta a llorar.

Sí que hay gente rara...

—Te lo juro que no estoy entendiendo nada —volví a hablar.

Lobo por última vez me miró y se desabrochó el cinturón y eso fue la gota que colmó el vaso, no estaba entendiendo absolutamente nada y mi cara en esos momentos tendría que haber sido un chiste por la manera tan divertida en la que él me miraba. Apenas había un par de faroles por el lugar que iluminaban la pista de carreras, pero aún así en la oscuridad, podía ver con claridad a Lobo.

—Hicimos una apuesta, ¿recuerdas?

—¿Apuesta? ¿De qué estás hablando, Lobo?

Se acercó a mí y me dio un leve beso en los labios.

—Si perdía esta carrera, ibas a conducir mi coche. Así que adelante.

Me quedé perpleja cuando observé que salió del coche y abrió mi puerta. Tendió su mano hacia mí, pero todavía no era capaz de creer por qué había hecho eso. No iba a negar que sentía una ola de emoción sobre mi cuerpo al saber que conduciría su coche y que en gran parte me enfadó que hiciera eso. Sabía que había perdido dinero y que era necesario para él.

—Pero Lobo, el dinero...

—¿Qué importa ahora el dinero? Lo que quiero ahora es verte conducir mi coche, sabía que querías hacerlo —se acercó a mi oído—. Aunque yo también tenga ganas de ver tu cuerpo al volante. Sorpréndeme.

La ecuación de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora