Inquietud.

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Preocupación, desasosiego del ánimo.

Martes, 10 de marzo.

17:17

Anduve durante un par de segundos más antes de volver a coger aire. El camino era bastante largo y el hecho de que el lugar estuviese lleno de lápidas no me transmitía mucha seguridad.

Desde que tenía uso de razón, siempre me había dado miedo la muerte. Desaparecer, no volver nunca más, ser olvidada. Muchas veces sentía una fuerte presión en el pecho por cada pensamiento que se instalaba en mi mente.

Cuando vivía con mi madre me dolía imaginarme que no estaba viviendo la vida que quería. Que estaba encerrada, vacía, sin sentimientos. Muchas veces me cuestionaba si esa era la vida que quería...Me ahogaba pensando que siempre iba a vivir ahí, y al final la muerte no me daba tanto miedo, sino la vida. No saber vivirla bien. No vivir agusto, conforme, en paz... Eran cosas de las cuáles faltaban en mi vida. Anhelaba con toda mi alma todo eso. Y para qué negar que era una cobarde por ello, aún me costaba aceptar que era lo suficientemente mayor como para tomar las riendas de mi vida, para no dejar que mi madre estuviese encima de mí.

Por eso me vine a vivir con mi padre.

Viví una soledad constante que no podía cambiar, sentía que me estaba muriendo lentamente pero sin embargo seguía respirando. Y es que a fin de cuentas entré en razón y me di cuenta de que nada se comparaba con la muerte si no luchaba por corregir mi vida y llevar las riendas de ella.

Mis piernas se quemaban con cada paso que daba y eso que tampoco estaba tan lejos de mi casa el cementerio. Aspiré todo el aire que podían coger mis pulmones. Aire fresco.

No me hizo falta encontrar lo que estaba buscando durante mucho tiempo, pues en el momento en el que un instinto me hizo mover la cabeza a una de las lápidas, la encontré.

Clara González Blanco.

Un escalofrío largo pasó por mi espalda una vez vi con claridad la frase que había justo debajo de ella.

Me acerqué con algo de temor, aunque no lograba comprender por qué.

Tu tío y tu hermano nunca te olvidarán.

Desvié la mirada notando que alguien estaba a mis espaldas, pero no había nadie. Volví a centrarme en lo que estaba. En Clara.

Estaba bastante limpia, como si le hubiesen echado recientemente agua. Las flores frescas adornaban la pieza de mármol que reposaba en el suelo.

Parpadeé un par de veces asimilando la situación.

—Hola Clara —susurré una vez me senté en el mojado césped del cementerio. Apoyé con seguridad mis manos hacia atrás notando como los rayos de sol chocaban en mi rostro haciéndome sentir más cómoda.

Cerré los ojos y me centré en lo que estuve ensayando por el camino para decirle. Apenas me acordaba de nada, pero por suerte se me daba bien improvisar.

—No te conozco, aunque después de haber visto tú blog, creo que tú sí me conoces. Pero hay algo aquí —señalé mi cabeza—, que no me deja pensar con claridad. ¿Quién eres? ¿Por qué Alejandro no quiere que te conozca? ¿Qué te pasó en el accidente?

Apoyé mis rodillas al pecho dejando caer mi cabeza. Esto iba a ser difícil.

Definitivamente no servía para ser detective y vivir entre tanto misterio, además que nunca me gustaron los libros de ese género. Siempre estás con la incertidumbre, sin saber qué mierda está pasando, y después al final el libro te lo vende todo masticado...Aunque para qué engañarnos, yo ya estaba deseando saber el por qué de todo lo que estaba pasando.

La ecuación de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora