Cap. 32

34 4 0
                                    


Positivo.

Una semana después.

Maldigo entre dientes cuando el ruido de mi celular me obliga a despertar. Lo tomo entre mis manos y con los ojos entrecerrados intento aclarar mi vista para así poder leer el nombre de la persona que ha interrumpido el dulce sueño en el que estaba bebiendo te junto al sombrerero loco.

Mi vista se aclara y... ¿Marcos?

‒Más te vale que sea importante ‒Hablo de inmediato.

Defíneme que es importante para ti  ‒Ríe levemente  ‒Solo quería pedirte un favor.

‒Habla.

Bostezo presa del cansancio.

Tengo un mal presentimiento  ‒Suspira y puedo oír el mar de fondo ‒Puedes revisar que Ángela este bien.

‒Así que me despertaste por un mal presentimiento ‒Me siento en la cama ‒Nada más iré a revisar porque es mi amiga.

Me pongo mis pantuflas.

‒Pero si vuelves a interrumpir mis sueños, te juro que te corto la cabeza junto a la reina roja y sus cartas.

Cuelgo encendiendo la luz de mi habitación.

Camino por el oscuro pasillo hasta dar con la habitación de mi doctora favorita. Toco y no hay respuesta, continuo insistiendo y nada. Miles de escenarios se arman en mi cabeza y la bilis se me sube a la garganta cuando abro la puerta y no veo a Ángela en su cama.

La luz del baño ilumina la habitación, a paso acelerado entro al pequeño cuarto encontrando a la susodicha metida en la tina con la cabeza hacia atrás, sus labios están prácticamente morados e incluso luce deteriorada.

Me acerco a ella apresuradamente. Pongo mi mano en su frente y, Dios está hirviendo.

‒ ¿Mi angelito que te paso? ‒Sus ojos se entreabren.

‒Marcos ‒Habla por lo bajo.

Parece que esta alucinando.

El agua de la tina esta helada. La levanto intentando sacarla del baño, pero una arcada de su parte me hace retroceder con ella hasta el retrete donde expulsa todo el vómito que puede. La ayudo a levantarse de nuevo y me atrevería a decir que parece un zombi.

‒Tranquila yo te cuido.

Seco su cuerpo antes de vestirla, y recostarla en la cama. Tomo una toalla y la humedezco en el baño antes de ponérsela sobre la frente, eso ayudara con la fiebre.

Me acuesto junto a ella, y de inmediato se acurruca en mi mientras tararea una canción por lo bajo.

‒Duele perderte. ‒Canta en un perfecto español.

Reconozco la canción.

‒Falto el último beso y el valor de decir adiós, y hoy me doy cuenta, que nada, que nada.

Su voz se entrecorta y yo continúo la canción sintiendo un vacío en mi pecho.

‒Que nada es para siempre.

Sigo cantando en voz baja mientras ella solloza en mi pecho. Acaricio su cabello y poco a poco se va durmiendo.

‒Nos hicimos polvo ‒Susurro la última parte de la canción.

La fiebre baja y la cubro con un cobertor, me siento en el pequeño sillón de su habitación para poder vigilar que no valla a empeorar,  me acerco de vez en cuento a revisar su temperatura y en eso se va mi noche.

Mi infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora