Capítulo 25.

44.8K 2.4K 365
                                    

Milo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Milo.

Los rayos de sol que pegan directamente a mi cara cuando abren la ventana de golpe y el carraspeo de mi padre me hacen abrir con mucha dificultad los ojos.

De lo primero que me percato es que estoy encima de Adelaida por lo que me incorporo de inmediato.

—¿Pero qué...?

La escena del baño viene a mi mente y mis ojos todavía escocidos me recuerdan parte de lo que pasó anoche.

La detallo de arriba abajo y dado que está todavía con ropa me asegura que no pasó nada amargándome desde ya el día.

—Señorita Williams —vuelve a carraspear a mi padre —despierte.

—Cinco minutos más, Baker —me lleva contra su pecho otra vez completamente adormilada.

—¡Adelaida! —mi grito se ahoga en sus lindos melones.

Concéntrate, campeón.

—Vale, ya me desper... —no termina de decir porque se queda pasmada al ver a don Edgar que la mira con una ceja arriba.

—Buenos días —la saluda.

Se levanta avergonzada de un salto a buscar sus botines.

—Lo, lo, lo siento señor —se disculpa gagueando mientras se pone sus zapatos y no se ni porque si no paso nada.

—Disculpa tú que hayas tenido que dormir en este asqueroso desorden.

—¡Papá!

—¿No te advertí que limpiaras?

—Hoy lo iba hacer.

—Más te vale porque te juro que no sales lo que resta del año —me amenaza —¿se quedará a desayunar, jovencita?.

—Ella se tiene que ir.

No me apetece tenerla más aquí.

—Ella tiene boca, déjala hablar y ¿Qué te pasó en los ojos?.

—Una loca me echó gas pimienta.

Puedo sentir la cara ofendida de Adelaida.

—¿Qué? ¿Pero estas bien? —inquiere examinando el área.

—Si papá, ya fui al hospital y me lavaron los ojos.

—Si y se tiene que lavar una vez más con ese suero —añade ella —y si es una invitación con mucho gusto desayuno de las manos de Flora, señor.

—Los esperamos abajo —le asiente.

Nos deja solos y al ver que Saltarín está acostado encima de unas de las bragas lo levanta.

—¡No seas cochino como tu padre!

Ignoro su reproche.

—¿No sabes decir 'no'? —le reclamo.

¿Quién enamora primero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora