Ada y Milo, amigos en la primaria, se separan cuando él tiene que mudarse inesperadamente.
Años después se reencuentran en la preparatoria y en medio de una apuesta que involucra a sus mejores amigos empezarán un romance con sucesos que pondrá a pru...
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Milo
El timbre del descanso suena y mis compañeros sueltan los gritos que aturden a la maestra mientras sacan sus lonches y snacks para salir al patio de juegos.
Reviso mi lonchera y tengo un sándwich de jamón y queso, una manzana y un paquete de galletas de chispas de chocolate.
Van saliendo poquito a poquito, todos menos Adelaida quien saca su ensalada de frutas y yogurt que deja encima de su pupitre.
También saca de su mochila el libro el principito que lleva varios días leyendo.
Se dispone a comer pero tan solo en segundos un grupo de tres niños agarran su topper y se lo empiezan a pasar como si fuera una pelota haciendo que se desespere en su asiento queriendo agarrarlo.
—Salta, cerdita, Salta.
Empiezan a canturrear y me arremango las mangas de mi camisa como he visto que hacen en las películas para ir a darles su merecido pero...
—¡Dejen a su compañera en paz!
Los regañó la maestra logrando que devuelvan lo que tomaron y se vayan del salón.
Tengo ganas de ir al baño así que voy y regreso por mis cosas pero noto que me falta algo...
—¡Alguien tomó mis galletas! —me quejo —¿Tú viste quien fue?
Le pregunto a Adelaida y niega todavía con el libro en manos.
Salgo muy enojado con el resto de la comida al patio donde termino de comer y me invitan a jugar soccer pero no quiero, prefiero mi switch así que voy en busca de el otra vez al curso.
Entro y no puedo evitar ver el paquete de galletas a medio comer y a la ratita ladrona llevándose una a la boca mientras sigue leyendo y ya no me molesta, solo tenía que pedírmelas.
Me le acerco y bajo el libro que le cubría la cara.
—¿Qué haces?
Sus regordetas mejillas se sonrojan.
—Leer.
Me responde escondiendo el empaque de las galletas como si no las hubiera visto ya.
—¿Y en serio sabes leer?
—Obvio —se ofende.
—No te creo.
—¡Que si! —vuelve a levantar el libro.
—Haber, léeme algo para creerte.
—No —inclina su cabeza a un lado y me saca la lengua para luego darme la espalda.
