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—No recordaba que aquí hubiese un sótano —dijo Jace, mirando más allá, al agujero abierto en la pared.

  Alzó la luz mágica, y su resplandor rebotó en el túnel que conducía hacia abajo. Las paredes eran negras y resbaladizas, construidas de una piedra lisa y oscura que Jane no reconoció. Los peldaños relucían como si estuviesen húmedos. Un olor extraño emergió a través de la abertura: frío y mohoso, con un raro matiz metálico que le puso los nervios de punta.

  —¿Qué crees que podría haber ahí abajo? — preguntó la rubia.

  —No lo sé — respondió Jace.

  Jace avanzó en dirección a la escalera; puso un pie sobre el peldaño superior para probarlo, y luego se encogió de hombros como si hubiese tomado una decisión. Empezó a descender los peldaños, moviéndose con cuidado. Descendió unos cuantos, volvió la cabeza y alzó los ojos hacia Clary y Jane.

  —¿Vienen? Pueden esperarme aquí arriba si lo prefieren.

  Las chicas se miraron entre sí, y no muy seguras de quedarse allí solas, caminaron con prisa hacia él.

  La escalera descendía girando sobre sí misma en círculos cada vez más cerrados, como si se estuviesen abriendo paso al interior de una enorme caracola. El olor se intensificó cuando llegaron al pie, y los peldaños se ensancharon finalizando en una gran habitación cuadrada cuyas paredes de piedra estaban surcadas con las marcas dejadas por la humedad… y otras manchas más oscuras. El suelo estaba lleno de marcas garabateadas: un revoltijo de pentagramas y runas con piedras blancas desperdigadas aquí y allá.

  Jace dio un paso al frente y los pies aplastaron algo. Los tres miraron abajo al mismo tiempo.

  —Huesos —susurró Clary.

No se trataba de piedras blancas después de todo, sino de huesos de todas las formas y tamaños desperdigados por el suelo.

  —¿Qué debía de hacer él aquí abajo? — dijo Jane.

  —Experimentos —contestó Jace en una voz seca y tensa—. La reina seelie dijo…

—¿Qué clase de huesos son éstos? —La voz de Clary se elevó—. ¿Son huesos de animales?

  —No —Jace dio una patada a un montón de huesos que tenía a los pies, desperdigándolos—; no todos.

  Jane sintió una opresión en el pecho.

  —Creo que deberíamos regresar — dijo la rubia.

  En lugar de eso Jace levantó la luz mágica que tenía en la mano.  Las esquinas más alejadas de la habitación quedaron claramente enfocadas. Tres de ellas estaban vacías. La cuarta quedaba tapada por una tela que colgaba. Había algo detrás de la tela, una forma jorobada…

  —Jace —musitó Clary—. ¿Qué es eso?

  Él no respondió. De pronto tenía un cuchillo serafín en la mano libre; Jane no sabía cuando lo había sacado, pero brillaba en la luz mágica como un cuchillo de hielo.

  —Jace, no lo hagas —dijo Jane, pero era demasiado tarde…el joven avanzó con zancadas decididas y dio un brusco tirón lateral a la tela con la punta del arma; luego la agarró y la lanzó al suelo con una violenta sacudida.

  Jace retrocedió tambaleante; la luz mágica se cayó de su mano. Mientras la refulgente luz caía, Jane captó una única visión fugaz de su rostro: era una blanca máscara de horror. Clary agarró la luz mágica antes de que pudiese apagarse y la alzó bien arriba, desesperada por ver qué podría haber conmocionado a Jace  hasta tal extremo.

Ciudad de Cristal ( III )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora