Las calles ya empezaban a llenarse de gente cuando Jane volvió a cruzar la ciudad en dirección a la casa de los Lightwood. El sol se ponía, y las luces empezaban a encenderse, llenando el aire con un resplandor pálido. Ramilletes de flores blancas de aspecto familiar colgaban de cestos colocados en las paredes, llenando el aire con sus aromáticos olores. Runas de fuego de un dorado oscuro ardían en las puertas de las casas ante las que pasaba; las runas hablaban de victoria y júbilo.
Había cazadores de sombras por las calles, pero ninguno vestido con el equipo de combate: todos lucían sus mejores galas, que iban desde el estilo moderno al que bordeaba el vestuario histórico. Era una noche excepcionalmente cálida, así que pocas personas llevaban abrigo, pero sí había gran número de mujeres que llevaban lo que a Jane le parecían vestidos de fiesta, barriendo las calles con las amplias faldas.
La puerta principal de la casa de los Lightwood estaba abierta, y varios de los miembros de la familia estaban ya de pie en la acera. Maryse y Robert Lightwood estaban allí, conversando con otros dos adultos; cuando éstos se volvieron. Jane vio con una leve sorpresa que se trataba de los Penhallow, los padres de Aline. Maryse le dedicó una sonrisa; estaba muy elegante con su vestido de seda azul oscuro, el pelo sujeto tras el severo rostro por una gruesa cinta plateada. Se parecía a Isabelle… Tanto que Jane quiso alargar el brazo y posarle la mano sobre el hombro. Maryse todavía parecía muy triste, incluso mientras sonreía, y Jane pensó: «Está recordando a Max, tal y como lo hacía Isabelle, y pensando en lo mucho que le habría gustado todo esto».
—¡Jane!
Isabelle descendió a saltos los peldaños de la entrada, con los oscuros cabellos flotando tras ella. No llevaba puesto ninguno de los conjuntos que le había enseñado a Jane horas antes, sino un increíble vestido de raso dorado que se pegaba a su cuerpo como los pétalos cerrados de una flor.
—Tienes un aspecto fantástico —comentó la joven.
—Gracias —dijo Jane, y tiró con cierta timidez del diáfano material del vestido rojo.
Probablemente era la cosa más femenina que había llevado jamás.
—Tú también.
Alec y Aline salieron a toda prisa de la casa tras Isabelle; Aline llevaba un vestido en un rojo intenso que hacía que sus cabellos resultaran increíblemente negros. Alec se había vestido como acostumbraba, con un suéter y pantalones oscuros. Cuando sus ojos y los de Jane se encontraron, esta tuvo que reprimir el impulso de salir corriendo hacia él. El chico le sonrió y ella pensó, con sorpresa, que realmente parecía distinto. Menos serio, como si se hubiese quitado un peso de encima.
—Nunca he estado en una celebración en la que participen subterráneos —dijo Aline, mirando nerviosamente calle abajo.
—Te encantará —dijo Isabelle—. Saben cómo celebrar una fiesta.
Se despidió con la mano de sus padres y se pusieron en marcha en dirección a la plaza; Jane luchaba aún contra el impulso de cubrirse la mitad superior del cuerpo cruzando los brazos sobre el lecho. El vestido se arremolinaba alrededor de sus pies igual que humo que formara espirales en el viento.
— Te ves hermosa — le dijo Alec con timidez — Te ves más que hermosa.
— Tú también te ves genial — le dijo Jane, poniéndose de puntitas para darle un corto beso en los labios.
—¡Hola! —saludó Isabelle, y, al alzar la vista, Jane vio a Simon, a Maia y Clary, que avanzaban hacia ellos por la calle.
No había visto a Simon durante la mayor parte del día; éste había bajado al Salón para observar la reunión preliminar del Consejo porque, dijo, sentía curiosidad sobre a quién elegirían para ocupar el escaño de los vampiros en el Consejo.
—¿Vais a volver a bajar a la plaza del Ángel?
Ellos reconocieron que sí, por lo que se dirigieron todos juntos al Salón constituyendo un amigable grupo. Simon se rezagó para colocarse junto a Jane, y anduvieron juntos en silencio. Era agradable simplemente volver a estar cerca de Simon.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
—Sólo me estaba preguntando qué vamos a hacer cuando regresemos a casa —dijo Jane—. Quiero decir, sé que Magnus se ocupó de tu madre de modo que no le diera ningún ataque pensando que habías desaparecido, pero… la escuela. Nos hemos perdido una tonelada de clases. Y ni siquiera sé…
—Tú no vas a regresar —repuso Simon en voz sosegada—. ¿Crees que no lo sé? Ahora eres una cazadora de sombras. Acabarás tu educación en el Instituto.
—¿Y qué pasa contigo? Eres un vampiro. ¿Regresarás a las clases de secundaria como si nada?
—Sí —dijo Simon, sorprendiéndola—. Quiero una vida normal, tanto como pueda tenerla. Quiero ir al instituto, y a la universidad y todo eso.
Ella le oprimió la mano.
—Entonces hazlo. —Le sonrió—. Desde luego, todo el mundo va a alucinar cuando aparezcas en la escuela.
—¿Alucinar? ¿Por qué?
—Porque eres mucho más atractivo ahora que cuanto te fuiste. —Se encogió de hombros—. Es cierto. Debe de ser algo relacionado con ser vampiro.
Simon pareció desconcertado.
—¿Soy más atractivo?
—¡Ya lo creo! Quiero decir, mira a esas dos. Las tienes totalmente encandiladas.
Señaló a unos pocos pasos por delante de ellos, donde Isabelle y Maia caminaban la una junto a la otra, con las cabezas muy juntas mientras conversaban.
—¿Tú crees? A veces se juntas y cuchichean y se me quedan mirando. No tengo ni idea de por qué lo hacen.
—Normal. —Jane sonrió ampliamente—. Pobrecito, tienes a dos chicas guapísimas compitiendo por tu amor. Tu vida es dura.
—Estupendo. Dime tú a quién elijo, entonces.
—Ni hablar. Eso es cosa tuya. —Volvió a bajar la voz—. Mira, puedes salir con quien quieras y yo te apoyaré totalmente. Soy toda apoyo. Apoyo es mi segundo nombre.
—Así que ése es el motivo de que jamás me dijeses tu segundo nombre. Ya imaginaba que sería algo vergonzoso.
Jane hizo como si no le oyera.
—Pero sólo prométeme algo, ¿de acuerdo? Sé cómo pueden llegar a ser las chicas. Sé el modo en que odian que sus novios tengan un gran amigo íntimo que sea una chica. Sólo prométeme que no me eliminarás de tu vida por completo. Que todavía podremos salir por ahí de vez en cuando.
—¿De vez en cuando? —Simon negó con la cabeza—. Jane, estás loca.
A ella se le cayó el alma a los pies.
—Quieres decir que…
—Quiero decir que jamás de los jamases saldría con una chica que insistiese en que te eliminara de mi vida. No es negociable. ¿Quiere un pedazo de toda esta cosa fabulosa? —Se señaló a sí mismo—. Bien, pues mi mejor amiga va incluida. No te eliminaría de mi vida, Jane, del mismo modo que no me cortaría la mano derecha y se la daría a alguien como regalo de San Valentín.
—Repugnante —dijo Jane—. ¿Tienes que ser así?
Él sonrió ampliamente.
—Sabes que sí.
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Ciudad de Cristal ( III )
FanfictionTras el reciente descubrimiento de sus habilidades, Jane se mantiene a raya, intentando ocultarlo por el mayor tiempo posible. Intentando salvar a la madre de Clary, los chicos emprenden un viaje a la Ciudad de Cristal. Allí Simon ha sido encarcelad...