En cuanto despertó, Jane supo que Alec se había ido, incluso antes de abrir los ojos. Su mano, todavía alargada sobre la cama, estaba hueca; no había dedos que respondieran a la presión de los suyos. Se incorporó despacio, con una opresión en el pecho.
Debía de haber descorrido las cortinas antes de irse, porque las ventanas estaban abiertas y brillantes franjas de luz solar caían sobre la cama. Se preguntó por qué la luz no la había despertado. Por la posición del sol, tenía que ser después de mediodía. Sentía la cabeza pesada y espesa, los ojos medio adormilados. Quizás porque, por primera vez en tanto tiempo, no había tenido pesadillas y su cuerpo había aprovechado para recuperar el sueño perdido.
La sala de estar permanecía vacía; el fuego de la chimenea se había reducido a cenizas grises, pero emanaba ruido y luz de la cocina: un parloteo de voces, y el olor de algo cocinándose. «¿Tortitas?», pensó Jane con sorpresa. Jamás se le habría ocurrido que Amatis supiese cómo hacerlas.
Y tenía razón. Al entrar en la cocina, Jane sintió que los ojos se le abrían como platos: Isabelle, con los brillantes cabellos negros recogidos en un nudo en la base del cuello, estaba de pie ante los fogones, con un delantal alrededor de la cintura y una cuchara de metal en la mano. Simon estaba sentado sobre la mesa detrás de ella, con los pies sobre una silla, y Amatis, en lugar de decirle que se bajara de los muebles, estaba recostada contra la encimera con aspecto de estarse divirtiendo enormemente.
Detrás de Jane, llegó Clary, la cual parecía igual de sorprendida. Isabelle agitó la cuchara en dirección a ellas.
—Buenos días —saludó—. ¿Quieren desayunar? Aunque, bueno…, supongo que es más bien la hora del almuerzo.
Totalmente muda, Jane miró a Amatis, que se encogió de hombros.
—Aparecieron sin más y se empeñaron en preparar el desayuno —dijo—, y tengo que admitir que yo no soy tan buena cocinera.
—¿Dónde está Luke? — quiso saber Clary.
—En Brocelind, con su manada —respondió Amatis—. ¿Va todo bien, Clary? Pareces un poco…
—Agitada —finalizó Simon por ella—. ¿Va todo bien de verdad?
Por un momento Clary no supo que responder. «Aparecieron», había dicho Amatis. Lo que significa que Simon había pasado la noche en casa de Isabelle. Le miró fijamente. No parecía nada distinto.
—Estoy perfectamente —dijo; aquél no era precisamente el momento de preocuparse por la vida amorosa de Simon—. Necesito hablar con Isabelle.
—Pues habla —repuso ésta, dando golpecitos a un objeto deformado en el fondo de la sartén que era, temió Jane, una tortita—. Estoy escuchando.
—A solas —dijo Clary.
—¿No puede esperar? —preguntó Isabelle, arrugando la frente—. Casi he acabado…
—No —respondió Clary, y hubo algo en su tono que hizo que Simon, al menos, tensara su posición—. No puede esperar.
Simon se deslizó fuera de la mesa.
— Jane, — dijo la pelirroja — puedes quedarte.
La rubia asintió y no muy convencida tomó asiento a la mesa.
—Muy bien. Os daremos un poco de intimidad —dijo Simon, y volvió la cabeza hacia Amatis—. Quizás podrías mostrarme esas fotos de Luke cuando era un bebé de las que estábamos hablando.
Amatis lanzó una mirada preocupada a Clary, pero siguió a Simon fuera de la habitación.
—Supongo que sí…
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Ciudad de Cristal ( III )
FanfictionTras el reciente descubrimiento de sus habilidades, Jane se mantiene a raya, intentando ocultarlo por el mayor tiempo posible. Intentando salvar a la madre de Clary, los chicos emprenden un viaje a la Ciudad de Cristal. Allí Simon ha sido encarcelad...