—¡Jane! ¡Jane!
Alec tenía las manos sobre sus hombros y la zarandeaba. Jane alzó la cabeza despacio; el rostro blanco de Alec flotó recortado en la oscuridad que tenía detrás. Una pieza curva de madera sobresalía detrás de su hombro derecho; llevaba su arco sujeto a la espalda, el mismo arco que Simon había usado para matar al Demonio Mayor Abbadon. No podía recordar a Alec acercándose a ella, no podía recordar en absoluto verle en la calle; era como si se hubiese materializado a su lado de improviso, como un fantasma.
—Alec. —Su voz surgió lenta e irregular—. Alec, para. Estoy bien.
Se zafó de él. No había demonios a la vista; había alguien sentado en los escalones delanteros de la casa situada frente a ellos, y lloraba emitiendo sonoros y chirriantes chillidos. El cuerpo del anciano seguía en la calle, y el olor a demonios lo inundaba todo.
—Aline… Uno de los demonios ha intentado…, ha intentado…
Contuvo el aliento, lo retuvo.
—Lo hemos matado, pero entonces ella ha salido huyendo. He intentado seguirla, pero ha salido demasiado veloz. — continuó diciendo Isabelle, intentado mantener la calma—. Demonios en la ciudad —dijo—. ¿Cómo es posible?
—No lo sé. —Alec negó con la cabeza—. Las salvaguardas deben de haber caído. Había cuatro o cinco demonios oni aquí fuera cuando he salido de la casa. He acabado con uno que acechaba junto a los matorrales. Los otros han huido, pero podrían regresar. Vamos. Volvamos a la casa.
La persona de la escalera seguía sollozando. El sonido los siguió mientras regresaban a toda prisa a la casa de los Penhallow. La calle seguía vacía de demonios, pero podían oír explosiones, gritos, y el correr de los pies resonando desde las sombras de otras calles oscurecidas. Alec las había agarrado y las empujó por delante de él al interior de la casa, cerrando de un portazo y corriendo el cerrojo de la puerta principal tras ellos. La casa estaba a oscuras.
—He apagado las luces. No quería atraer a ningún otro —explicó Alec, empujando a las chicas por delante de él al interior de la sala de estar.
Max estaba sentado en el suelo junto a la escalera, abrazándose las rodillas. Sebastian estaba junto a la ventana, clavando troncos de madera que había cogido de la chimenea sobre el agujero abierto en el cristal.
—Ya está —dijo, apartándose un poco —. Esto debería aguantar un tiempo.
Isabelle se dejó caer junto a Max y le acarició los cabellos.
—¿Estás bien?
—No —tenía los ojos muy abiertos y asustados—; he intentado mirar por la ventana, pero Sebastian me ha dicho que me agachara.
—Sebastian tenía razón —dijo Alec—. Había demonios en la calle.
—¿Todavía están aquí?
—No, pero aún hay algunos en la ciudad. Tenemos que pensar lo que vamos a hacer.
Sebastian se mostraba preocupado.
—¿Dónde está Aline?
—Ha salido corriendo —explicó Isabelle—. Ha sido culpa mía. Debería haber…
—No ha sido culpa tuya. Sin tu intervención ahora estaría muerta. —Alec hablaba en un tono firme—. Mira, no tenemos tiempo para reproches. Voy a ir tras Aline. Quiero que los cuatro os quedéis aquí. Isabelle, cuida de Max. Sebastian, acaba de asegurar la casa.
—¡No quiero que salgas ahí fuera solo! —Jane alzó la voz—. Llévame contigo.
—Yo soy el mayor. Se hará lo que yo diga. —El tono de Alec era tranquilo—. Existe la posibilidad de que nuestros padres regresen en cualquier momento del Gard. Cuantos más de nosotros estemos aquí, mejor. Sería demasiado fácil que quedásemos separados ahí fuera. No voy a correr ese riesgo, Janee. —Dirigió la mirada a Sebastian—. ¿Lo comprendes?
Sebastian ya había sacado su estela.
—Me dedicaré a salvaguardar la casa con Marcas.
—Gracias.
Alec estaba ya a medio camino de la puerta; volvió la cabeza y miró a Jane. Ella cruzó la mirada con él durante una fracción de segundo. Quiso apuñalarlo, pero en lugar de eso se puso de pie.
— Estoy cansada de que me trates como una niña — le espetó mientras se acercaba a él — Iré contigo y voy a ayudar en todo lo que pueda — Alec abrió la boca para hablar, pero ella lo interrumpió — Ni te atreves a decir que no, porque ya terminé de escucharte. Nos vamos.
Poniendo los ojos en blanco, Alec abrió la puerta y ambos salieron. Fuera de la casa, el panorama seguía siendo totalmente terrorífico.
Alec corrió a toda velocidad por las calles oscuras que ardían, llamando una y otra vez a Aline. Para Jane era extremadamente difícil seguirle el paso. Al abandonar el distrito de Princewater y penetrar en el corazón de la ciudad, su pulso se aceleró. Las calles eran como un cuadro del Bosco que hubiese cobrado vida: llenas de criaturas. Desconocidos aterrorizados empujaban a Jane a un lado sin mirar y pasaban corriendo por su lado, chillando, sin un destino aparente. El aire apestaba a humo y demonios. Algunas casas estaban en llamas; otras tenían ventanas rotas. Los adoquines centelleaban cubiertos de cristales rotos. Mientras se acercaban a un edificio, Jane comprobó que lo que le había parecido un trozo de pintura descolorida era una enorme franja de sangre fresca que había salpicado el enlucido. Giró en redondo, mirando en todas direcciones, pero no vio nada que lo explicara; Alec la tomó de la mano y la obligó a alejarse tan deprisa como pudo.
Al doblar hacia una avenida más amplia, una de las calles que discurrían desde el Salón de los Acuerdos, vieron una jauría de demonios belial que se escabullían por una entrada en arco, siseando y aullando. Arrastraban algo tras ellos… Algo que se retorcía y se contraía mientras resbalaba por la calle de adoquines. Echaron a correr adelante, pero los demonios ya se habían marchado. Encogida contra la base de un pilar había una forma inerte que derramaba un delgado rastro de sangre. Cristales rotos crujieron como guijarros bajo las botas cuando Alec se arrodilló para darle la vuelta al cuerpo. Le bastó una única ojeada al rostro morado y deformado; se estremeció y se alejó de allí, dando gracias porque no fuese nadie que conociera.
Un ruido le hizo ponerse en pie a toda prisa. Olió el hedor antes de verla: la sombra de algo jorobado y enorme se deslizaba hacia ellos desde el otro extremo de la calle. ¿Un Demonio Mayor? Alec no aguardó para averiguarlo. Volvió a agarrar a Jane, pero esta vez la agarró incluso más fuerte.Cruzaron la calle como una flecha en dirección a una de las casas más altas, saltando sobre el alféizar de una ventana cuyo cristal habían hecho pedazos. Unos pocos minutos más tarde se izaban ya sobre el tejado, con las manos doloridas y las rodillas arañadas. Se pusieron en pie, se sacudieron el polvo de las manos y contemplaron Alacante desde allí.
Las inservibles torres de los demonios proyectaban su apagada luz sin vida al suelo sobre las calles enardecidas de la ciudad, donde «cosas» trotaban, se arrastraban y se escabullían entre las sombras de los edificios, igual que cucarachas que corretean por un apartamento a oscuras. El aire contenía gritos y chillidos, el sonido de alaridos, de nombres pronunciados al viento… y también gritos de demonios, aullidos de caos y satisfacción, chillidos que perforaban el oído humano como una punzada de dolor. El humo se alzaba por encima de las casas de piedra de color miel en forma de neblina, envolviendo las agujas del Salón de los Acuerdos. Alzando la vista hacia el Gard, Jane vio una avalancha de cazadores de sombras que descendían a la carretera el sendero de la colina, iluminados por las luces mágicas que llevaban. La Clave descendía a presentar batalla.

ESTÁS LEYENDO
Ciudad de Cristal ( III )
FanfictionTras el reciente descubrimiento de sus habilidades, Jane se mantiene a raya, intentando ocultarlo por el mayor tiempo posible. Intentando salvar a la madre de Clary, los chicos emprenden un viaje a la Ciudad de Cristal. Allí Simon ha sido encarcelad...