Marcharon juntos por el zigzagueante sendero, con las armas desenvainadas y listas y el cielo iluminado por el Gard ardiendo tras ellos. Pero no vieron demonios. La quietud y la luz fantasmagórica le producían a Jane un dolor punzante en la cabeza; era como si estuviese en un sueño. El agotamiento la atenazaba. El simple hecho de poner un pie delante del otro era como alzar un bloque de cemento y dejarlo caer una y otra vez. Oía a Jace y a Alec hablando más adelante en el sendero, pero las voces se volvían levemente confusas a pesar de su proximidad.
Alec hablaba con voz suave, casi suplicante:
—Jace, el modo en que hablabas ahí arriba, a Hodge. No puedes pensar así. Ser hijo de Valentine no te convierte en un monstruo. Lo que fuera que él te hiciese cuando eras un crío, lo que fuera que te enseñase, tienes que comprender que no es culpa tuya…
—No quiero hablar sobre eso, Alec. No ahora, ni nunca. No vuelvas a mencionarlo.
El tono de Jace era feroz, y Alec calló. Jane casi pudo percibir su aflicción. «Vaya noche», pensó la joven. Una noche muy dolorosa para todo el mundo.
Intentó no pensar en Hodge, en la expresión suplicante y lastimera de un rostro antes de morir. No le había gustado Hodge, pero no había merecido lo que Sebastian le había hecho. Nadie lo merecía. Pensó en Sebastian, en el modo en que se había movido, como chispas volando. Nunca había visto a nadie moverse de aquel modo excepto a Jace. Quiso entenderlo… ¿qué le había sucedido a Sebastian? ¿Cómo era posible que un sobrino de los Penhallow se hubiese descarriado tanto?, y ¿por qué jamás se habían dado cuenta?
Consternada, apenas advirtió que el sendero se convertía en una avenida que los conducía al interior de la ciudad. Las calles estaban desiertas, las casas a oscuras, muchas de las farolas de luz mágica permanecían hecha
pedazos, con sus vidrios desperdigados sobre los adoquines. Se podían oír voces resonando a lo lejos, y el brillo de antorchas era visible aquí y allá en las sombras entre los edificios, pero…—Está sumamente silencioso —dijo Alec, mirando a su alrededor con sorpresa—. Y…
—Y no huele a demonios. —Jace frunció el entrecejo—. Es extraño. Vamos. Vayamos al Salón.
Aunque Jane prácticamente estaba preparada para un ataque, no vieron ni un solo demonios mientras recorrían las calles. Ninguno vivo, al menos; aunque cuando pasaron ante un callejón estrecho, la joven vio a un grupo de tres o cuatro cazadores de sombras reunidos en un círculo alrededor de algo que vibraba y se retorcía en el suelo. Se turnaban para acuchillarlo con largas barras afiladas. Estremecida, desvió la mirada.
El Salón de los Acuerdos estaba iluminado como una fogata, con luz mágica derramándose de sus puertas y ventanas. Ascendieron apresuradamente la escalera; Jane recuperaba el equilibrio cada vez que daba un traspié. El mareo empeoraba. El mundo parecía columpiarse a su alrededor, como si estuviese en el interior de un enorme globo giratorio. Sobre su cabeza las estrellas eran trazos blancos pintados en el firmamento.
—Deberías tumbarte —dijo Simon, y añadió, al ver que no respondía—: ¿Jane?
Con un esfuerzo enorme, ella se obligó a sonreírle.
—Estoy bien.
Alec, parado en la entrada del Salón, volvió la cabeza para mirarla en silencio. Bajo el fuerte resplandor de la luces mágicas transportadas por todas partes, le abrasó los ojos y fragmentó su visión; en aquellos momentos sólo podía distinguir formas y colores vagos. Blanco, dorado, y luego el cielo nocturno arriba, pasando de un azul oscuro a uno más claro. ¿Qué hora sería?
—No los veo. —Alec buscaba ansiosamente a su familia por la habitación, y sonó como si se hallara a kilómetros de distancia, o bajo el agua a gran profundidad—. Deberían haber llegado…
Su voz se desvaneció a medida que el mareo de Jane aumentaba. La muchacha posó una mano sobre un pilar cercano para no caer. Una mano le recorrió con suavidad la espalda: Simon, que le decía algo a Jace en tono preocupado. La voz se desvaneció en el conjunto de docenas de otras, alzándose y descendiendo a su alrededor como olas rompiendo contra la orilla.
—Jamás había visto nada parecido. Los demonios simplemente dieron media vuelta y se marcharon, desaparecieron.
—El amanecer, probablemente. Temían al amanecer, y ya no está muy lejos.
—No, fue algo más.
—Tal vez necesitas creer que regresarán la próxima noche, o la siguiente.
—No digas eso; no hay motivo. Volverán a colocar las salvaguardas.
—Y Valentine se limitará a eliminarlas otra vez.
—A lo mejor es lo que merecemos. A lo mejor Valentine tenía razón… quizás al aliarnos con los subterráneos hemos perdido la bendición del Ángel.
—Calla. Un poco de respeto. Están contando los muertos en la plaza del Ángel.
—Ahí están —dijo Alec—. Allí, junto al estrado. Parece como si…
Su voz se apagó, y a continuación desapareció, abriéndose paso por entre la multitud. Jane entrecerró los ojos, intentando aguzar la visión. Sólo podría ver manchas borrosas…
Oyó que Jace contenía el aliento, y luego, sin decir nada más, pasaba a empellones por entre la gente tras Alec. Jane soltó el pilar, con la intención de seguirlos, pero dio un traspié. Simon la sujetó.
—Necesitas echarte, Jane —dijo Clary.
—No —susurró ella—. Quiero saber qué ha sucedido.
Se interrumpió. Clary miraba fijamente más allá de ella, tras Jace, y parecía afligida. Sujetándose al pilar, Jane se alzó sobre las puntas de los pies, esforzándose por ver por encima del gentío…
Allí estaban los Lightwood: Maryse con los brazos alrededor de Isabelle, que sollozaba, y Robert Lightwood sentado en el suelo y sosteniendo algo… no, a alguien, y Jane recordó la vez que había visto a Max, en el Instituto, yaciendo flácido y dormido en un sofá, con las gafas torcidas y la mano arrastrando por el suelo. «Puede dormir en cualquier parte», había dicho Alec, y casi parecía que estuviese dormido ahora, en el regazo de su padre, pero Jane sabía que no era así.
Alec estaba de rodillas, sosteniendo una mano de Max, pero Jace se limitaba a permanecer de pie, sin moverse; parecía perdido, como si no supiese dónde estaba o qué hacía allí. Todo lo que Jane deseó fue correr hasta Alec y rodearlo con los brazos, pero la expresión del rostro de Simon le aconsejó que no lo hiciera. Era un momento íntimo, familiar.
—Clary —dijo Simon, pero la pelirroja se apartaba ya de ellos.
Corrió hacia la puerta del salón y la abrió de par en par. A lo lejos, el horizonte estaba surcado por el fuego rojo, las estrellas se desvanecían y perdían color bajo un cielo cada vez más iluminado. La noche había terminado. Llegaba el amanecer.
N/A: Hola gente, capítulo triste por acá. Me cuesta demasiado superar lo de Max, es que, joder, era un niño.
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Ciudad de Cristal ( III )
FanfictionTras el reciente descubrimiento de sus habilidades, Jane se mantiene a raya, intentando ocultarlo por el mayor tiempo posible. Intentando salvar a la madre de Clary, los chicos emprenden un viaje a la Ciudad de Cristal. Allí Simon ha sido encarcelad...