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Después de que Clary perdió la estela de Jace, no tuvieron más remedio que regresar caminando. Jane se fue rumbo a la casa de los Penhallow, mientras que Jace se ofreció a acompañar a Clary hasta la casa de Amatis. Honestamente Jane vio eso como una excusa para estar solos, por lo cual accedió a irse por su parte.

Cuando regresó, nadie se dio cuenta de su presencia, y tampoco creía que se hubiesen percatado de su ausencia. Todos estaban como locos por lo que pudiera llegar a hacer Jace Wayland.

-Es tarde -dijo Isabelle. Volviendo a correr con ansiedad la cortina de encaje sobre el alto ventanal de la salita-. Debería estar ya de vuelta.

-Sé razonable, Isabelle -indicó Alec, con aquel tono de superioridad de hermano mayor -Jace responde así cuando está alterado: se va y deambula por ahí. Ha dicho que iba a dar una vuelta. Regresará.

Isabelle suspiró. Casi deseó que sus padres estuvieran allí, pero seguían en el Gard. La reunión del Consejo se estaba prolongando hasta una hora brutalmente tardía.

-Pero él conoce Nueva York. No conoce Alacante...

-Probablemente la conoce mejor que vosotros.

Aline estaba sentada en el sofá leyendo un libro, cuyas páginas estaban encuadernadas en cuero rojo. Llevaba los negros cabellos recogidos tras la cabeza en una trenza francesa, con los ojos clavados en el tomo abierto sobre el regazo.

-Vivió aquí hasta los diez años. Vosotros, chicos, sólo habéis venido de visita unas cuantas veces.

Isabelle se llevó la mano a la garganta torciendo el gesto. El colgante sujeto a una cadena que llevaba al cuello había emitido un repentino y agudo latido... aunque normalmente sólo lo hacía en presencia de demonios, y estaba en Alacante. No había modo de pudiera haber demonios cerca. A lo mejor el colgante no funcionaba bien.

-No creo que esté vagando por ahí, de todos modos. Creo que resulta del todo evidente adónde ha ido -respondió Isabelle.

-¿Crees que ha ido a ver a Clary? -inquirió Alec, alzando los ojos.

-¿Aún sigue aquí? Pensaba que iba a regresar a Nueva York -Aline dejó que el libro se cerrara-. ¿Dónde se aloja la hermana de Jace a todo esto?

Isabelle se encogió de hombros.

-Pregúntale a él -dijo, moviendo los ojos hacia Sebastian.

Sebastian estaba despatarrado en el sofá situado frente al de Aline. También él tenía un libro en la mano, y su oscura cabeza estaba inclinada hacia él. Alzó los ojos como si pudiese percibir la mirada de Isabelle sobre sí.

-¿Habláis de mí? -preguntó en tono apacible.

Todo en Sebastian era apacible, se dijo Jane con un dejo de fastidio. Se había sentido impresionada por su atractivo al principio -aquellos pómulos nítidamente marcados y aquellos ojos negros insondables-, pero su personalidad afable y comprensiva la crispaba ahora. No le gustaban los chicos que daban la impresión de no enfurecerse nunca por nada.

-¿Qué estás leyendo? -preguntó Jane -. ¿Es uno de los cómics de Max?

-Pues sí. -Sebastian bajó los ojos hacia el cómic manga apoyado sobre el brazo del sofá-. Me gustan las ilustraciones.

Jane lanzó un suspiro exasperado. Dirigiéndole una mirada reprobatorio, Alec dijo:

-Sebastian, a primera hora de hoy... ¿Sabe Jace adónde has ido?

-¿Te refieres a que he salido con Clary? -Sebastian pareció divertido-. Oíd, no es un secreto. Se lo habría contado a Jace de haberle visto.

-No veo por qué le iba a importar. -Aline dejó su libro a un lado, y su voz tenía un tono cortante-. No es nada malo. ¿Qué pasa si le ha querido mostrar a Clarissa algo de Idris antes de que ella vuelva a casa? Jace debería sentirse complacido de que su hermana no esté ahí sentada aburrida y enojada.

-Puede ser muy... protector -dijo Alec tras una leve vacilación.

Aline frunció el ceño.

-Debería mantenerse al margen. No puede ser bueno para ella estar tan sobreprotegida. La expresión de su rostro cuando nos cogió por sorpresa fue como si nunca hubiese visto a nadie besarse. Quiero decir, quién sabe, a lo mejor es así.

-Pues no -repuso Jane, recordando el modo en que Jace había besado a Clary en la corte seelie -No es eso.

-Entonces ¿qué es?

Sebastian se irguió, apartándose un mechón de cabello oscuro de los ojos. Jane captó una fugaz visión de algo..., una línea roja a lo largo de la palma, una especie de cicatriz.

-¿O sólo me odia a mí en particular? Porque no sé qué es lo que yo he...

-Ése es mi libro.

Una vocecita interrumpió el discurso de Sebastian. Era Max, de pie en la entrada de la sala. Llevaba puesto un pijama gris y sus cabellos castaños estaban alborotados como si acabara de despertarse.Miraba con expresión iracunda el libro manga que descansaba junto a Sebastian.

-¿El qué, esto? -Sebastian le alargó el libro-. Aquí tienes, chaval.

Max cruzó la habitación muy digno y recuperó de un tirón el libro. Dirigió una mirada furibunda a Sebastian.

-No me llames chaval.

Sebastian rio y se puso en pie.

-Voy a buscar café -dijo, y salió en dirección a la cocina. Se detuvo y se volvió en el umbral de la puerta-. ¿Alguien quiere algo?

Hubo un coro de negativas. Sebastian se encogió de hombros y desapareció en la cocina, dejando que la puerta se cerrara a su espalda.

-Max -dijo Isabelle en tono seco-, no seas grosero.

-No me gusta que nadie toque mis cosas. -Max abrazó el cómic contra el pecho.

-Crece un poco, Max. Sólo lo había cogido prestado.

La voz de Isabelle surgió más irritada de lo que ella habría querido; seguía preocupada por Jace, se dijo Jane, y se estaba desquitando con su hermano pequeño.

-Deberías estar en la cama de todos modos. Es tarde.

-Se oían ruidos arriba en la colina. Me despertaron. -Max pestañeó; sin sus gafas, todo era muy parecido a una mancha borrosa para él-. Isabelle...

La nota interrogante en su voz atrajo la atención de la joven. Su hermana dio la espalda a la ventana.

-¿Qué?

-¿Escala alguna vez la gente las torres de los demonios? ¿Por algún motivo?

Aline alzó la cabeza.

-¿Trepar a las torres de los demonios? -Rio-. No, nadie hace eso jamás. Es totalmente ilegal, para empezar, y además, ¿por qué querrían hacerlo?

Max parecía contrariado.

-Pero alguien lo ha hecho. Sé que he visto...

-Seguramente lo has soñado -le dijo Isabelle.

El rostro de Max se arrugó. Intuyendo que podía venirse abajo, Alec se puso en pie y le tomó de la mano.

-Vamos, Max -dijo, afectuosamente-. Volvamos a la cama.

-Todos deberíamos irnos a dormir -dijo Aline, poniéndose en pie; fue hasta la ventana donde estaba Isabelle y cerró bien las cortinas-. Ya es casi medianoche; ¿quién sabe cuándo regresarán del Consejo? No sirve de nada esperar...

El colgante de la garganta de Isabelle volvió a latir violentamente... y la ventana ante la que estaba Aline se hizo pedazos hacia dentro. Aline chilló cuando unas manos entraron a través del agujero abierto... En realidad, advirtió Jane con claridad, no eran manos, sino enormes zarpas con escamas, que chorreaban sangre y un fluido negruzco. Agarraron a Aline y tiraron de ella a través de la ventana rota antes de que ésta pudiese proferir un segundo grito.

Ciudad de Cristal ( III )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora