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—Vaya, ¿qué os parece? —dijo Jace, todavía sin mirar a Clary; en realidad no la había mirado desde que ella, Jane y Simon habían llegado a la puerta principal de la casa en la que habitaban ahora los Lightwood.

Estaba recostado contra una de las altas ventanas de la sala de estar, mirando al exterior en dirección al cielo, que se oscurecía rápidamente.

  —Uno asiste al funeral de su hermano de nueve años y se pierde toda la diversión.

  —Jace —intervino Alec, con una voz que sonaba cansada—. No.

  Alec estaba tumbado en uno de los sillones desgastados y rehenchidos que constituían los únicos asientos de la habitación. A penas Jane lo vio, perdió toda la cordura y tuvo que resistir para no correr hacia él. No tenía idea de como actuar. La vivienda tenía la curiosa y extraña atmósfera de las casas que pertenecen a desconocidos. Estaba decorada con tejidos de estampados florales, recargados y de tonos pastel, y todo en ella estaba ligeramente raído o deshilachado. Había un cuenco de cristal lleno de bombones sobre una pequeña mesa auxiliar cerca de Alec; Jane, muerta de hambre, había comido unos cuantos y le habían parecido que estaban secos y se desmigajaban. Se preguntó qué clase de gente había vivido allí.

  —¿No qué? —preguntó Jace.

  En el exterior estaba lo bastante oscuro ya como para que Jane pudiese ver el rostro de Jace reflejado en el cristal de la ventana. Sus ojos parecían negros. Llevaba ropas de luto de cazador de sombras; ellos no vestían de negro en los funerales, ya que el negro era el color del equipo de combate. El color para la muerte era el blanco, y la chaqueta blanca que Jace llevaba
puesta tenía runas escarlata entretejidas en la tela alrededor del cuello y los puños. A diferencia de las runas de combate, que era todas de agresión y protección, éstas hablaban un idioma más benévolo de curación y pesar. Llevaba abrazaderas de metal batido alrededor de las muñecas, también, con runas similares en ellas. Alec iba vestido del mismo modo, todo de blanco excepto las mismas runas en un dorado rojizo trazadas sobre el tejido. Hacía que sus cabellos pareciesen muy negros.

  —No estás furioso con Clary. Ni con Simon, u Jane —dijo Alec—. Al menos —añadió, con una leve crispación preocupada en el rostro—, no creo que estés furioso con Simon y Jane.

    —Clary sabe que no estoy enfadado con ella.

Simon apoyó los codos en el respaldo del sofá y puso los ojos en blanco, pero se limitó a decir:

  —Lo que no entiendo es cómo Valentine consiguió matar al Inquisidor. Pensaba que las proyecciones no podían afectar a nada.

  —En principio, no —respondió Alec—. No son más que ilusiones. Una cierta cantidad de aire coloreado, por así decirlo.

  —Bien, pues en este caso, no — replicó Jane — Metió la mano dentro del Inquisidor y lo retorció…  Hubo gran cantidad de sangre.

  —Como una bonificación especial para ti —le dijo Jace a Simon.

  Simon le ignoró.

  —¿Ha existido algún Inquisidor que no haya muerto de un modo horrible? —se maravilló en voz alta—. Es como ser el batería de Spinal Tap.

  Alec se frotó el rostro con una mano.

  —No puedo creer que mis padres no lo sepan todavía —dijo—. No me entusiasma nada tener que decírselo.

—¿Dónde están tus padres? —preguntó Jane—. Pensaba que estaban arriba.

  Alec negó con la cabeza.

  —Siguen en la necrópolis. En la tumba de Max. Nos han enviado de vuelta. Querían estar allí solos un rato.

  —¿Qué hay de Isabelle? —preguntó Simon—. ¿Dónde está?

Ciudad de Cristal ( III )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora