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Jane yacía despierta en la cama, con la vista clavada en un único pedazo de luz de luna que se desplazaba poco a poco por el techo. Tenía los nervios todavía demasiado crispados por los acontecimientos del día para poder dormir, y no la ayudaba que Simon no hubiese regresado antes de la cena... ni después. Finalmente le había expresado su preocupación a Luke, quien se había echado un abrigo por encima y se había marchado a casa de los Lightwood. Había regresado con una expresión divertida.

-Simon está perfectamente, Jane -dijo-. Acuéstate.

Y luego había vuelto a salir, con Amatis, a otra de las interminables reuniones en el Salón de los Acuerdos.

Sin nada más que hacer, se había acostado, pero había sido incapaz de conciliar el sueño.

Sonó un sonido susurrante junto a las cortinas, y un repentino flujo de luz de luna penetró a raudales en la habitación. Jane se irguió de repente, buscando desesperadamente el cuchillo serafín que mantenía sobre la mesilla de noche.

-No pasa nada. -Una mano descendió sobre la suya... una mano fuerte, llena de cicatrices, y familiar-. Soy yo.

-Alec -dijo ella-. ¿Qué haces aquí? ¿Qué sucede?

Durante un momento él no respondió, y ella se retorció para mirarle, alzando las sábanas a su alrededor. Se sintió enrojecer, agudamente consciente de que sólo llevaba un pantalón de pijama y una camisola finísima..., y entonces vio su expresión, y su sensación de bochorno desapareció.

-¿Alec? -musitó.

Él estaba de pie junto a la cabecera de la cama, vestido todavía con las blancas prendas de luto. Estaba muy pálido, y sus ojos parecían angustiados y casi negros por la tensión.

-¿Estás bien?

-No lo sé -dijo él con la actitud aturdida de alguien que acaba de despertar de un sueño-. No pensaba venir aquí. He estado deambulando por ahí toda la noche... No podía dormir... y siempre acabo viniendo a parar aquí. A ti.

Ella se sentó en la cama más erguida, dejando que la ropa de a cama le cayera alrededor de las caderas.

-¿Por qué no puedes dormir? ¿Ha ocurrido algo? -preguntó, e inmediatamente se sintió como una estúpida.

¿Qué no había sucedido?

-Tenía que verte -dijo, principalmente para sí- Tenía que hacerlo.

-Bien, siéntate, entonces -dijo ella, echando las piernas hacia atrás para hacerle espacio para que se pudiera sentar en el borde de la cama-. Porque me estás poniendo nerviosa. ¿Estás seguro de que no ha pasado nada?

-Yo no he dicho eso.

Se sentó en la cama, frente a ella. Estaba tan cerca que Jane podría haberse inclinado hacia adelante y besarle...

-¿Hay malas noticias? -preguntó, sintiendo una opresión en el pecho-. ¿Está todo... está todo el mundo...?

-No es malo -dijo Alec-, y no es ninguna noticia. Es todo lo contrario. Es algo que siempre he sabido, y tú... Tú probablemente, también lo sabes. Dios sabe que no lo he ocultado demasiado bien. -Le escudriñó el rostro con los ojos, lentamente, como con la intención de memorizarlo-. Lo que ha pasado -dijo, y vaciló-... es que he comprendido algo.

-Alec -susurró ella de improviso, y sin saber por qué, le asustaba lo que él estaba a punto de decir-. Alec, no tienes que...

-Intentaba ir... a alguna parte -dijo él-. Pero no hacía más que verme arrastrado de vuelta aquí. No podía dejar de andar, no podía dejar de pensar. Sobre la primera vez que te vi, y cómo después de eso no podía olvidarte. Quería hacerlo, pero no podía. Y entonces supe que amabas a Simon, y cuando te veía con él, siendo ignorada y tan poco valorada, sólo podía pensar que debería ser yo quien estuviese sentado contigo. Quien te hiciese reír de aquel modo. No podía librarme de aquella sensación. De que debería ser yo. Y cuanto más te conocía, más lo sentía; jamás me había sucedido algo así antes. Me sentía tan estúpido, tan mal al saber que la primera vez que me enamoraba de una chica, ésta estaba enamorada de otro, que ni siquiera tenía el valor para mirarte a los ojos. Comencé a apartarte de mí, a tratarte mal; pareció una especie de chiste cósmico. Como si Dios me estuviese escupiendo. Ni siquiera sé por qué; por pensar que realmente podía conseguir tenerte, que era merecedor de algo así, de ser tan feliz. No podía imaginar qué era lo que había hecho para recibir ese castigo...

Ciudad de Cristal ( III )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora