#12 Pesadilla

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Los rayos del sol sobre su rostro hacen que el sereno descanso de Lía llegue a su fin.

Todavía con la visión borrosa, de quien apenas se despierta, logra notar que algo no iba bien. No era la habitación del hotel donde se había hospedado, de hecho, aunque todo era diferente este lugar le resultaba bastante familiar.

Comenzó a frotarse los ojos. Tenía la extraña sensación de que todo a su alrededor era más grande de lo habitual.

– ¡Buenos días, Lía! – Saludo una pequeña niña, quién había estado durmiendo a su lado.

Se trataba de Samanta, su entrenadora original.

Lía no supo cómo reaccionar, pues no terminaba de entender cómo era capaz de ver a quién alguna vez fue su compañera en su etapa más inocente. La pequeña niña pelirroja no pudo esperar más y la tomó de las manos delicadamente hasta llevarla frente de un gran espejo.

Aun asimilando lo que pasaba, quedo todavía más sorprendida al mirar su reflejo.

Era tan solo una pequeña Ralts.

Entendió entonces que estaba soñando, recordando involuntariamente lo que alguna vez creyó eran tiempos mejores.

– ¡Pero Lía, apúrate! – decía impacientada Samanta. – ¡Tenemos que terminar el fuerte que hicimos ayer en el bosque!

Cuando Lía era llevada por su entrenadora la apariencia de esta cambió en un instante. De ser una pequeña y risueña niña a ser una joven mujer.

Ahora sí que la reconocía, pues esa sonrisa siniestra era la antesala a los abusos que sufriría durante la mayoría de sus noches en esa casa.

– Y bien, Lía ¿Me has extrañado tanto que ahora sueñas conmigo? ¿O será que quieres otra de esas sesiones de pasión que tanto te gustaban?

Lía enfureció con las provocaciones de su entrenadora. Estaba lista para usar sus poderes psíquicos contra ella, pero nada de lo que intentase funcionaba. Samanta la tomo con fuerza de las muñecas, para que no intentase siquiera ponerle un dedo encima.

– Oh... esos ojos furiosos me dicen que quieres cambiar los papeles.

Gardevoir la mirada con todo su odio. Era tanta la ira que sentía que ni siquiera podía hablar, solo gesticulaba sonidos semejantes a gruñidos.

– ¿Sabes algo? Ni siquiera lo pienses. – Dijo la mujer, mientras hacia una seña de negación con sus dedos. – Tu eres de mi propiedad, y puedo hacer contigo lo que me plazca.

Samanta empujo con fuerza a Lía, quién cayó al suelo bruscamente.

– Además tampoco te creas tanto. – Prosiguió. – Si hubieras tenido más valor como objeto de desfogue, o siquiera hubieras sido decente para las batallas, no te habría tenido que dejar ir. Así que... todo esto es claramente tu culpa.

Antes de que Lía pueda levantarse su adversaria se inclinó y la tomo del cuello, inmovilizando también sus brazos.

– Pudiste haberte ido cuando quisieras. Sabias teletransportarte y, aunque suene un elogio demasiado grande para ti, tú no eres tan tonta. ¿Qué fue entonces? ¿Amor? ¿Realmente llegaste a amarme y eso te obligo a quedarte conmigo a pesar de todo? ¡Qué ternura!

Lía luchaba con más fuerza para lograr liberarse, comenzando un forcejeo más intenso.

– Yo tome tu virginidad y literalmente cada parte de tu cuerpo. Te golpeaba y lastimaba tanto con distintos objetos y accesorios que llegue a tener el ligero temor de romper a mi "objeto de entretenimiento andante". Pero no, sobreviviste ¿Y eso a donde te llevo? ¿Qué es lo que hiciste con tu vida desde ese entonces? ¿Hay alguien en este mundo al que le importes un carajo?

Con su mayor esfuerzo Lía contesto.

– ¡No estoy sola!

Samanta soltó una fuerte carcajada.

– ¿Es en serio? ¿Crees que querrá verte cuando se entere de lo que le hiciste hacer tanto a él como a esas otras tres mujeres? Cuando todos sepan lo que hiciste te encerraran en una caja por décadas, hasta que algún pasante en el laboratorio de Oak te descubra y tal vez le interese estudiar tu retorcida naturaleza.

Tras oír aquellas palabras Gardevoir sintió un pesado sentimiento de tristeza.

– No eres nada Lía, recuérdalo muy bien. No habrá redención para ti.

Gardevoir siente culpa por haber involucrado a Steven y esas mujeres en actos que ellos no hubieran hecho jamás conscientemente. Su rencor le hizo pensar que podría aprovecharse de los deseos ocultos de otros para entretenerse, pero esto solo la volvía en alguien semejante a la persona que tanto odiaba.

– No quería hacerles daño. – Contesto Lía, mientras las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas. – Lo que les hice no fue nada... nadie lo recordara... no deberían.

Gardevoir comenzó a sollozar, tratando se secarse las lágrimas con sus manos.

Tras este último lamento, Lía logra despertar.

Temía no saber si continuaba soñando o si aquella pesadilla finalmente había terminado. Vio que a su lado estaba Steven, descansado pacíficamente, lo que logró tranquilizarla.

Creyó haber dejado atrás esas noches interrumpidas por recurrentes pesadillas similares a esta. Aunque esta vez sí que había alguien responsable por este mal rato, quien abandonó sonriente la habitación atravesando las paredes.

Complicada compañeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora