1. "Wild" (Salvaje)

596 33 4
                                    

—¡Vas a llegar tarde! —grita mi madre desde el salón.

—Estoy bajando las escaleras, no me grites.

No soy el mejor hijo del mundo, y menos con mi madre, la respeto porque es mi madre pero la odio por lo que le hizo a mi padre. Ella cree que es un cambio de personalidad desde el accidente y se empeña en que visite cientos de psicólogos y lea libros de auto-ayuda.

—No olvides que tienes cita con la doctora Caladín.

¿En serio? ¿Qué apellido es Caladín? Cualquiera diría que se lo ha inventado.

—Ella está peor de la cabeza que yo, todos los psicólogos están mal de la cabeza ¿quién quiere saber las cosas de los demás? Son unos cotillas.

—No digas eso Er...

—No me llames por mi nombre... —aprieto los dientes.

Odio mi nombre, lo odio desde que sé que es el nombre del hombre con quien le puso los cuernos mi madre a mi padre. Me enteré rebuscando en el despacho de mi madre (que también es psicóloga), encontré los papeles que decían, declaraban que el hombre que me crió no es mi verdadero padre. Nunca tuvo valor para decírselo a mi padre y yo cargo en mis hombros con ser un puto bastardo, saberlo y que nadie sepa que lo sé. Mi madre es una mujer con poca vergüenza para ponerme el nombre de el hombre el cual tuvo una de sus muchas infidelidades, de las que, desgraciadamente he visto un par en acción. No pienso tomar partido de eso, solo voy a guardarlo dentro de mí y recordarlo cada vez que piense que el ser humano tiene piedad o sentimientos.

Realmente el ser humano no tiene sentimientos, a mi entender son alucinaciones igual a las drogas, los efectos duran en algunas personas más que en otras, pero todos tienen un final.

—¿Por qué odias tanto tu nombre? Creía que te gustaba. —Mi madre cada vez que me habla me examina, intenta entenderme a través de mis gestos para saber si algo le delata cómo me siento, como haría cualquier psicólogo.

—Simplemente déjalo, iré a ver a la doctora Aladín. —le digo, a ver si así me deja tranquilo un rato.

—Caladín. —me corrige.

—Los dos son estúpidos. —murmullo.

—¿Qué has dicho? —me pregunta cruzándose de brazos.

—¿Cuándo tengo que estar? —cambio la cara con una sonrisa fingida, no recuerdo la última vez que sonreí de verdad.

—Te llevaré después de clases.

—Claro.

Antes de salir me quedo mirándome en el gran espejo que hay en la entrada de mi casa. No me parezco en nada a mi padre, no me parezco casi a mi madre, sé que soy igual al hombre con el que mi madre mantuvo relaciones. Ojos claros, azules como el cielo en una mañana de primavera, labios carnosos y definidos, mandíbula ligeramente cuadrada, pómulos marcados, cejas negras muy pobladas, cabello negro intenso que peino hacia atrás en una especie de tupé. A pesar de mi corta edad tengo las hormonas locas (más de lo normal), causantes de que tenga una barba espesa que suelo recortar cada semana o dos. Soy una especie de armario, un triángulo invertido, para ser más rápido: cuerpo perfecto a vista de cualquier mujer. Hombros anchos, caderas estrechas, abdominales definidos y demás músculos que ejército en el gimnasio de mi casa. La última vez que comprobé mi estatura llegaba al 1'89, creo que sigo en las mismas.

Salgo de casa sin mirar atrás, sujeto las correas de mi mochila ajustándolas a mi cuerpo y subo a mi bicicleta. Miro la moto que mi padre me regaló al cumplir los 16 años. Ando hacia ella, al llegar junto a la moto repaso el tapón del bidón de gasolina con la punta de los dedos, las letras en color plata en las que se lee "Harley Davidson". Subo a ella y aprieto la goma de las manillas, hago rugir la moto sintiendo la adrenalina correr por mi sangre, quizás sea el momento de sacarla a la carretera.

Ódiame hasta el final (ÓHEF#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora