5. "El primo Uriah"

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Caigo desplomado sobre el sofá del comedor en el que está la televisión. Cojo el control remoto jugando con él. Enciendo el televisor, alguien coloca las manos en mis ojos, ásperas y grandes.

—¿Qué te pasa, pequeño? —es mi padre.

—Lo mejor es eso. —Pongo el televisor en mute.

—Dime. —Se sienta a mi lado y apoya la mano en mi rodilla, lo miro, un mechón rebelde golpea mi nariz.

—No sé que me ocurre —me siento asustado—, pensaba que lo tenía todo controlado...

—El control es aburrido.

—Si tú no controlaras lo que le ocurre a tus pacientes...

—Nadie moriría, pequeño —echa el mechón de mi pelo negro a su lugar, vuelve a caer, ríe—. No controlo lo que sucede, apartando mi trabajo... la vida no es buena tenerla bajo control, al menos no completamente. Es bueno pasar diferentes experiencias siempre, aprender de ellas, descubrir partes de ti que no conoces. Piénsalo, si todo fuese como quieres, hay cosas que jamás pensarías pasar por ellas... pero te hacen más fuerte, mejor persona. Deja que te embriague todo, aprende de ello, y si algo no sucede como esperas afróntalo desde una perspectiva distinta.

—¿Quieres decir que no me centre en que no puedo controlar lo que tengo a mi alrededor? —asiente, sonriendo— ¿Qué disfrute lo que sale mal?

—Es la mejor manera de seguir creciendo. No te escondas en una cueva.

—Te... te refieres a mí mismo ¿Qué no me esconda en mí mismo?

Pongo ambas manos en mi corazón, late deprisa, con demasiada fuerza, quiere salir del pecho.

—Llevas mucho tiempo solo, sé que no fue por el accidente, algo paso... sé que no me lo dirás —suspira—. Por favor, no me gusta verte tan solo. Haz un esfuerzo, no quiero que cambies, ni que nos dejes decirte tu nombre, solo sé un adolescente.

Sus ojos brillaban, aguantando unas lágrimas. Estira su mano hasta coger una de las mías y la esconde entre las suyas. Me siento pequeño aunque mi mano es igual de grande que la suya y ya lo he sobrepasado en estatura. Se me acelera la respiración, es raro que nadie demuestre cariño hacia mí.

—No tienes porque hacer todo tu solo. Todo el mundo no es malo —me mira directamente a los ojos y algo dentro de mí ruge—. ¿Crees que yo soy malo?

—No —sacudo la cabeza—, creo que eres demasiado bueno, eres la excepción a la lógica que tengo del universo.

—¿Cuál es esa lógica? —mi padre no es ningún psicólogo, no es ningún pirado que cobre por preguntarme cosas al azar, si me pregunta es porque le interesa.

—Todo el mundo al final acaba haciéndote daño —mi padre sigue mirándome esperando que siga—. Si estoy solo nadie me hará daño.

—Si estás solo nadie podrá sacarte de tu error. —se inclina hacía mí besando mi frente, el corazón se me paraliza una milésima de segundo, hace nueve años que ninguno de mis padres me da un beso.

—Papá... no quiero sufrir, no quiero que me hagan daño. —me confieso.

—¿No te duele más estar solo? ¿No te estás dañando ya tú? —una lágrima resbala por mi mejilla, la detengo con el ante brazo, rabioso por mostrar  debilidad ante mi padre— Te he visto mucho tiempo solo, pero ayer dibujaste algo distinto, me llamó la atención.

—¿El qué? Espera... ¿miras mis dibujos? —mi padre asiente, sonriente.

—Un corazón, dibujaste un corazón, raro porque era eso; un corazón con sus ventrículos, su aorta, su aurículas y demás —ríe, se forman unas arrugas en las comisuras de su boca—. No estaba atravesado por una daga, ni cubierto de espinas, no era el típico corazón, pero algo está cambiando en ti y quiero que dejes que siga.

Ódiame hasta el final (ÓHEF#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora