10. "Angelical"

341 25 5
                                    

Me siento erguido cuando la profesora entra de nuevo en la clase con... ¿es un arpa? La cara de Dulce se enciende cuando todas las miradas se centran en el enorme instrumento de madera. Jamás oí tocar el arpa y jamás pensé que oiría a nadie tocar el arpa. Se sienta en un pequeño taburete, bajo, negro, desplaza su oscuro cabello a un lado, sujetándolo en una coleta. Respira hondo, colocando el hombro izquierdo cerca del arpa, cada mano a un lado del instrumento y mira a la profesora pidiéndole piedad.

—Adelante, Dulce. Si no llegase a ser por tu hermana jamás habría sabido que tocabas el arpa —dice indignada—. Vaya desperdicio hubiese sido. Toca algo para nosotros, vamos, y ustedes —ahora se dirigía a todos los alumnos—, cerrad los ojos e imaginaros en un lugar tranquilo, donde el viento veraniego meza vuestros cabellos y el suave olor a... lo que sea que os guste a los jóvenes ahora.

>Antes de que empieces a tocar os explicaré un poco sobre este instrumento: El arpa es un instrumento de cuerda pulsada compuesto por un marco resonante y una serie variable de cuerdas tensadas entre la sección inferior y la superior —nos explica mostrando cada parte al nombrarla—. Las cuerdas pueden ser pulsadas con los dedos o con una púa o plectro. Además del arpa clásica, usada actualmente en las orquestas, existen otros tipos, como el arpa celta, el arpa andino y el arpa paraguaya. Desgraciadamente —suspira pesadamente—, ya casi nadie suele disfrutar de este magnífico instrumento.

>En la ópera italiana y alemana se usa para arias románticas y bailes, como el Vals de la Musetta en La bohème. Compositores franceses como Claude Debussy y Maurice Ravel compusieron conciertos para arpa y música de cámara que se siguen interpretando. ¡Lo que me da una gran idea! —casi grita, sobresaltando a la clase entera—. La semana que viene haremos una pequeña demostración de baile en el aula de gimnasia, el aula que no se utiliza por supuesto —aclara, se generan algunos murmullos, pero los calla en un instante—. Ya puedes comenzar.

Dicho esto, Dulce traga saliva y mueve sus manos haciendo que de aquel instrumento suene una música celestial.

—Recordar, un lugar relajado... relajado. —sisea doña Teresa.

Cierro los ojos centrándome en lo que ha pedido la profesora, pero ella sigue allí incluso cuando cierro los ojos. Todos desaparecieron, sin embargo ella sigue ahí. En mi cabeza dibujo un gran prado verde, en el centro un jardín repleto de flores con vivos colores y entre flores y aromas: ella, con sus manos bailando sobre el arpa, sus ojos cerrados, sus labios curvados en una sonrisa. La luz del sol veraniego golpea en su silueta, sobre su cabello, creando halos de luz en él, haciendo que brille, dándole un toque angelical.

La música cesa de golpe, fijando su atención en un nuevo sonido muy leve, es medio respiración, medio ronquido. Uriah se tomó muy en serio lo de relajarse: se ha dormido. La profesora se para frente a él de brazos cruzados, el ceño fruncido y la boca torcida de disgusto o intentando ocultar una sonrisa. Busco algo en mi mesa, podría lanzarle una goma de borrar o algo por el estilo, algo que no le doliese, pero prefiero tirarle el estuche (de Daniel por cierto) con lo que este contiene. Le doy justo por encima de la nuca. Uriah se soba la cabeza, en su rostro se dibuja una mueca de dolor buscando quien le tiró el estuche.

—¿Un estuche? ¿Quién fue el bestia?

Calla al instante que se fija en la profesora frente a él. Ahora lo sé con seguridad; la profesora Teresa ocultaba una sonrisa.

—Uriah, ¿has disfrutado de tu pequeña cabezadita? —le pregunta, sarcástica.

—Hubiese preferido una almohada... —sonríe y la clase ríe con fuerza. Cesan las risas y Uriah añade—. ¿No es dormir la finalidad de relajarse?

—Noo... —arrastra la palabra la profesora, negando con la cabeza.

—¿Por qué le has lanzado mi estuche? —reclama, Daniel.

—Calla, después te desahogas. —le digo sin mirarle, refiriéndome a la pelea.

—No lo dudes...

Uriah mantiene una conversación con la profesora sobre que "relajarse" y "dormirse" no son la misma palabra, mientras que él mantiene firmemente que si alguien está relajado es porque duerme.

Suena el timbre que da lugar al final de las clases, el que da comienzo a la pelea. Daniel se levanta golpeándome al pasar junto a mí, susurrando:

—No te vayas a escabullir. Tienes un cuarto de hora, máximo.

Recojo mis cosas y veo cómo Uriah sigue hablando con la profesora.

—Profe, yo siempre que he querido relajarme era para dormir.

—Déjalo ya. —le ruega, desesperada.

La profesora sale del aula. Explico a Uriah lo de la pelea.

—¿Vamos ya? —pregunta, asiento.

Haz el favor de adelantarte, yo llegaré un unos minutos.

—Vale. —Se marcha sin preguntarme más y lo agradezco.

Salgo de los pasillos buscando a alguien en especial, los pasillos están vacíos. Pienso que puede ser que ya no esté aquí. Encuentro a mi "objetivo" andando junto a la puerta del laboratorio, corro y la sujeto por la muñeca, introduciéndola conmigo a su interior.

El aula está a oscuras, las ventanas cerradas, persianas bajadas, pero entre ellas entra algo de luz. Cierro la puerta al pasar ella y presiono su espalda contra la puerta. Está nerviosa, enfadada y confundida. Yo también estoy confundido, pero si me paro a pensarlo quizás nunca lo haga y yo nunca pierdo la oportunidad de conseguir algo que creo imposible, de superarme... de ser un poco más cabrón.

—Escucha con atención —pienso las palabras antes de hablar—, permíteme decir un par de cosas que pueden incomodarte, Caramelo, pero es un... aviso; de corazones rotos soy el rey —sonrío, arrogante—. ¿Entiendes? —le pregunto, mostrando mi dentadura— Tus nuevas amigas te lo pueden confirmar, incluso decirte lo buena que puede ser la experiencia —dejo escapar una carcajada fingida—. Te explico: voy a hacerte perder el control —mi voz se convierte en un susurro, grave— y sé que te va gustar, caerás, sin poderlo evitar... es inútil que luches; te voy a acabar conquistando, con una mirada te haré caer... —calvo mis ojos en los suyos y siento cómo se estremece— comienza el juego, intenta odiarme tú ahora hasta el final.

—¿Por qué yo? —pregunta, molesta, apartando la cara.

Me paro a pensarlo. ¿Por qué? ¿Por qué ella? Sé la respuesta: ella supo valorarse donde todas las otras no supieron y eso me llamó la atención.

—Eres... diferente, extraña. Te supiste dar a valorar y eso me vuelve loco.

—Ese no es motivo suficiente.

—No te estoy pidiendo permiso, haré lo que me dé la gana. Esto es un aviso, no una petición. Quiero —trago saliva— que caigas a mí...

La aparto de la puerta, la abro y paso por ella con una sonrisa de satisfacción. Dulce dice algo que no esperaba que yo oyese entre dientes:

—Quizás seas tú quien caiga...

Ódiame hasta el final (ÓHEF#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora