19. Volver a viejas costumbres

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Había pasado un poco más de una semana desde que abrimos el diario y, a pesar de releerlo diez veces en busca de algún otro indicio o de leernos casi todos los libros de la biblioteca que hablaban sobre la reina, no encontrábamos nada útil

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Había pasado un poco más de una semana desde que abrimos el diario y, a pesar de releerlo diez veces en busca de algún otro indicio o de leernos casi todos los libros de la biblioteca que hablaban sobre la reina, no encontrábamos nada útil. Inclusive revisamos las guías geográficas, en busca de información sobre los mares por si servía de algo, pero nuevamente quedábamos en blanco. Esta situación me estaba estresando más de lo que debería. Mi curiosidad y mi ansiedad se mezclaban en busca de alguna respuesta, algo que me ayudara a parar los ataques y mantener al pueblo de Enova a salvo. El que, poco a poco, se estaba convirtiendo en mi pueblo también.

Al acabar la clase de estrategia, y por lo tanto el horario escolar de Nova, me dirigí a mi entrenamiento extra. Mi contrato con Keo seguía en pie, y él se aseguraba de que cumpliera con mi parte asistiendo a sus clases y cumpliendo con las ordenes de mis profesores. Tras el derrumbe el sótano quedó inutilizable por lo tanto las clases se llevaban a cabo en el patio trasero, entre colchonetas y equipos de lucha improvisados. Dejé mi mochila a un costado y me acerqué al punto de reunión donde los demás esperaban pacientemente al profesor. Este llegó minutos después con Azael detrás suyo, quien al alcanzarnos se posicionó a mi lado y miró al frente, ignorando mi insistente mirada.

─Elijan una pareja, haremos lucha libre sin armamento ni magia ─ordenó sin rodeos el profesor.

Cuando devolví mi mirada al pelinegro descubrí que este me observaba sin demostrar mucho interés. Enarcó la ceja después de unos segundos en silencio hasta que suspiró de forma impaciente.

─¿Peleas conmigo o prefieres un oponente más fácil de vencer? ─No pude evitar soltar una pequeña risilla fingida antes de contestar.

─¿Acaso lo que haces tú es pelear? Creí que solo te abalanzabas contra la gente como un animal rabioso ─sonreí de lado alejándome para no dejarlo responder.

Tiré mi campera a un lado para tener mayor movilidad y dejé que el sol calentara mi cuero cabelludo mientras me acercaba a uno de los rings de boxeo improvisados del profesor, donde Azael ya me esperaba. Por un instante recordé mi infancia, cuando llegaban estas fechas de diciembre y en la televisión pasaban las películas navideñas. En ellas se veía nieve y gente cantando villancicos en las puertas de las casas, siendo felices y preparándose para recibir a Papá Noel. Luego miraba por la ventana y veía el sol radiante en el cielo, mientras el aire del ventilador golpeaba mi cabello. Vivir en el sur de América significaba navidades calurosas, y aquella realidad no era muy distinta en Enova. Era verano, y al estar cerca de navidad las personas decoraban las puertas con muñecos y dibujos de trineos llenos de regalos. Las clases en las que había que hacer alguna actividad física se habían vueltos pesadas por el insistente calor, y este entrenamiento extra no era la excepción. Aún así corrí mi cabello de la cara y me puse en posición de defensa, sabiendo que Azael siempre le gustaba dar el primer golpe.

Esquivé sus primeros movimientos, pero me desestabilizó con un golpe en la columna baja. De todas formas me seguí moviendo con rapidez, manteniendo mi postura defensiva y esquivando todos los golpes que podía. Sonrió de lado cuando, después de tirarme al suelo, lo miré con odio. Lo que él no sabía era que mentir es uno de mis mayores defectos, pero también uno de mis mejores dones. ¿Qué esperaba él ahora de mí? Que atacara, que me volviese violenta e impulsiva. ¿Qué hice yo? Exactamente lo que él quería. Lancé golpes indecisos que con gran habilidad esquivó, tiré patadas las cuales rodeó y demostré expresiones faciales que se creyó. Fui bajando la velocidad de mis golpes, haciéndolos menos certeros. En cuanto Azael vio que estaba cansada, tiró un puño directo hacia mi mandíbula, solo que este nunca la tocó. Lo tomé por la muñeca y, pasando por debajo de su brazo, me posicioné detrás de él. Golpeé la parte trasera de sus rodillas con mi pie, haciendo que se arrodille, para después soltarlo y volver a estar frente a frente. Con una patada seca cayó al suelo. Mi pierna tembló ligeramente causándome un escalofrío, pero me estabilicé con rapidez para no demostrar ninguna debilidad. Di un paso y pisé su garganta para mantenerlo abajo, inmovilizado.

La heredera sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora