Nada. Inexistencia. Pura e incontable soledad. Sin deseos, sin metas, sin objetivos. Solo un techo blanco y el silencio de la habitación o, por lo menos, el silencio de mi mente que me aleja de mí alrededor, me desconecta del ambiente y me envía a un lugar luminoso pero sin embargo tan oscuro a la vez. El reloj de mi celular marcó las dos en punto y el timbre del colegio sonó como una alarma alejándome de mis pensamientos y despertándome de mi trance. La profesora envió un beso al aire y con sus carpetas de colores se fue del salón. Me levanté de la silla con la mochila lista en la espalda y crucé entre los escritorios hasta llegar a la puerta para finalmente salir de ahí. El encierro era agobiante y últimamente el cuerpo me pesaba más sobre mis hombros, mi espalda pedía a gritos un masaje pero aun así me mantuve recta dirigiéndome a la salida del colegio. Procuré pasar desapercibida entre el tumulto de gente que caminaba por los pasillos. Me puse los auriculares y aleatoriamente escogí una canción.
Me sentía exhausta, no solo físicamente sino que también psicológicamente. Cada vez me costaba más dormir y solía evitar las llamadas de mis compañeras que querían hablar sobre los chicos que les hablaban o sobre el ex que se encontraban "por casualidad" en los clubs. Nunca me interesó, pero fingir admiración o sorpresa es algo que se me daba bien. Levanté la mirada un minuto de mi celular y, a lo lejos, me crucé con el rojizo cabello enmarañado de Luke. Él era alto, una cabeza más que yo diría. De vez en cuando subía fotos a sus redes sociales de su entrenamiento en boxeo, pero además de eso no practicaba ningún deporte. Tenía un año más que yo e iba a quinto, llevaba su mochila colgando de un hombro mientras hablaba despreocupado con sus amigos. Rápidamente me puse la capucha de la campera escolar e intenté que no me viera, pero cruzamos miradas y en su rostro se iluminó una sonrisa ladeada. Caminé más rápido esperando bajar las escaleras antes de que llegara hasta mí, sin embargo, me agarró del brazo para detenerme a tan solo unos pasos del primer escalón.
─Donna, espera ─dijo obligándome a girar, sus ojos cafés recorrieron mi rostro con ternura. Con su mano me bajó la capucha y me sacó un auricular ─. ¿En serio? ¿Ahora eres depresiva? ─me limité a sonreír falsamente como bien sabía y tragar en seco.
─La depresión no es un estado de ánimo ─contesté, a sabiendas de que estaba siendo más fría de lo habitual. Suspiró ignorando mi comentario.
─Cinco días ignorando mis llamadas, evitándome en los pasillos y pidiéndole a tu mamá que mienta por ti. ¿Te parece que eso es justo para tu mejor amigo? ─lo miré intentando buscar una excusa rápida en mi mente, pero nada era lo suficientemente creíble.
Luke había venido a mi casa al ver que no contestaba sus mensajes pero le rogué a mi mamá que invente alguna excusa, que me fui de viaje el fin de semana o que me mudé a un lugar remoto de la India. Cualquier cosa era válida si lo alejaba de mi casa. Al verme bajar los extremos de mis labios de una forma tan seria, puso su mano sobre mi hombro acariciándome con su pulgar. Su tacto me daba conformidad y me hacía sentir completa.
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La heredera sin nombre
FantasíaSi pudiese volver el tiempo atrás no lo haría. Nadie nunca me advirtió. Ni siquiera me dieron un resumen o un aviso de dos palabras, quizás algo así como "¡Reina Enova!" o "¡Sos mágica!". Mi sangre proclama un trono del que, por 16 años, nunca supe...