Intentos

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Nos reunimos en la mesa y desde el fondo de mi alma, era imposible disfrazar la emoción de tener a mi hijo conmigo. Trataré de ser más comprensiva con él y le daré un poco más de libertad. Quizá sí he sido muy dura y estricta.

Según terminamos de comer, Octavio dejó la mesa para irse a bañar y me quedé a solas con mi hijo.

—¿Cómo la pasaste en casa de tu abuela? ¿Cómo te trató?

—Mi abuela siempre me trata bien.

Por lo visto no tiene ganas de hablar conmigo.

—¿Me puedes decir qué te sucede conmigo? ¿Por qué me estás tratando como si fuera todo, menos tu madre?

—¿Tú amas a papá?

—Claro que sí, mi amor. ¿A qué se debe esa pregunta?

—No lo parece.

—¿Por qué dices eso?

—Gracias por la comida, mamá. Estaba deliciosa. Iré a desempacar mis cosas.

—¿No te vas a despedir de tu madre?

Sé que me dio un abrazo porque se lo pedí. De no haberlo hecho, estoy casi segura de que no iba a recibir nada de su parte. ¿Qué está sucediendo con mi hijo? ¿Por qué está haciendo esas preguntas? No sé por qué, pero sus preguntas solo me pusieron inquieta. ¿Será que esa bruja le dijo algo? Eso debe de ser.

Esperé a la hora de recogernos Octavio y yo a dormir para indagar más sobre el asunto.

—¿Tú hablaste con nuestro hijo?

—¿Sobre qué?

—¿Fuiste tú quien lo convenció a regresar a la casa?

—No. Él solo me llamó para que lo fuera a recoger.

—Tu madre tuvo que haberle sembrado cosas en la cabeza a nuestro hijo para ponerlo en mi contra. Y ni te atrevas a defenderla otra vez.

—¿Qué cosas podría sembrarle en la cabeza? ¿Hay algo en especial que te preocupe? 

—No le he hecho nada a nuestro hijo para que esté tratándome así.

Me abrazó por la espalda y lo miré por arriba del hombro.

—No pienses más en eso, ya se le pasará. Los jóvenes en estos días se vuelven muy rebeldes a esta edad.

¿Y a este qué mosca le picó?

—Tengo calor. Sabes bien que no me gustan las lapas. Para dormir me gusta tener mi espacio.

—Descansa, Altagracia — besó mi hombro, antes de voltearse hacia al otro lado.

Es un milagro que no se haya molestado con eso. Al menos no insistió.

[...]

Según desperté, me di cuenta de que Octavio seguía acostado y arropado a mi lado. Por lo regular, despierta antes que yo y se va a la empresa. Había un olor desagradable a orina concentrada en la habitación. Al parecer otra vez dejó la tapa del retrete abierta y no bajó el inodoro. ¡Maldito vago! Todo el tiempo hace lo mismo, últimamente su orina se ha vuelto más hedionda que de costumbre.

No le presté mucha atención, solamente quise fastidiarle la existencia haciendo el mayor ruido posible mientras me preparaba para ir a la tienda, pero ninguna de mis provocaciones causaban el efecto esperado. Octavio siempre ha tenido un sueño liviano.

—¿No vas a ir a trabajar? — le cuestioné, mientras terminaba de ponerme los pendientes, pero no hubo respuesta de su parte—. ¿Octavio?

Lo destapé, esperando esta vez recibir una respuesta o al menos una reacción de su parte, pero tampoco fue el caso. Su palidez no era normal, mucho menos la rigidez de su cuerpo. La ropa de cama debajo de su cuerpo estaba amarillenta y húmeda. Ese era el olor que estaba percibiendo.

—¿Octavio? — lo toqué y sentí su piel helada.

Bajo la inquietud de la situación, le tomé el pulso con mi mano, pero no sentí nada. Tampoco estaba respirando. Abrí sus ojos, pero no hubo movimientos en ellos. Sus pupilas estaban bien abiertas y agrandadas.

—¡Responde, Octavio!

Procedí a realizarle RCP, con la esperanza de que aún estuviera a tiempo de hacerlo reaccionar, pero mis intentos fueron infructuosos y, a medida que pasaban los segundos, el sentimiento de culpa, la inquietud, la angustia, todos esos sentimientos me cayeron encima, haciéndome sentir la peor persona del mundo. Lo odiaba. Desde el fondo de mi alma lo hacía, pero jamás hubiera deseado verlo así.

Venganza Silenciosa [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora