Soledad

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Desperté, encontrándome sola en la habitación. Hace frío. No hay nada distinto al escenario que veo día tras día. Todo está en su lugar. Entonces, ¿por qué se siente extraño? 

Con Octavio siempre fue lo mismo. Él despertaba más temprano, ya cuando me tocaba levantarme, no tenía que verle la cara para nada. Así siempre han sido mis mañanas. Nada que deba echar de menos. 

Entré a la ducha, dejé el agua recorrer mi cuerpo, a su vez, esos recuerdos de anoche vinieron a atormentarme. Usó mi cuerpo como se le dio la gana y lo peor es que lo disfruté. Descargó todo su odio y desprecio aquí.

Adentré mis dedos en mi vagina; aún sus huellas estaban intactas. Debo sentirme sucia al retener su odio en mi interior, pero todo lo que sale de él no me desagrada; para mí es dulce, tan dulce como sus labios y saliva. Lamí mis dedos, transportándome a ese momento en que robó mis labios con descaro. 

—Eres un maldito, Aurelio. No es justo que me confundas. 

Todo de ti fue una mentira; tu preocupación, tu abrazo, tus palabras de aliento, hasta tu forma tan perfecta de hacerlo, pues como una mentira te dejaré atrás. 

[...]

Según terminé de asearme y alistarme, planeaba irme al trabajo como de costumbre, pero los platos que estaban servidos en la mesa llamaron mi atención. Estaban cubiertos con papel film. No había siquiera una nota con ellos, solamente la puerta del microondas abierta. ¿Por qué lo hizo? ¿Tendrá veneno?

Le di una última ojeada al desayuno y negué con la cabeza. Nada bueno debe traerse con esto. Caminé hasta la puerta, pero algo simplemente no me dejó salir. Esto es una molestia. 

Regresé de vuelta y tomé los platos para ir a recalentar el desayuno. No sé por qué estoy haciendo esto. ¿Por qué debería aceptar algo de ese tipo que solo jugó conmigo? 

Las tostadas francesas estaban deliciosas, tanto como el huevo revuelto con vegetales. Sabe mucho mejor que el desayuno que compro en la cafetería. Al menos en eso no mintió. Realmente sabe cocinar. La cena de anoche también estaba exquisita. 

[...]

Durante la mañana estuve haciéndome cargo de la última reunión con la junta de esta semana. Podré tomarme un merecido descanso por al menos una semana. Octavio dejó muchos asuntos pendientes, los que he tenido que resolver por mi cuenta. Me he aferrado a ellos para evitar darle tanta cabeza a los problemas, pero siempre llega el momento en que no puedes tolerarlo más; y es en las noches. Debería planificar en dónde pasaré mis vacaciones. 

Pasé la tarde en la tienda, dejando todo organizado y listo para las vacaciones que deseo tener. No pienso dejar todo para última hora. Katrina, una de mis empleadas, entró a mi oficina mientras estaba recogiendo mis cosas. 

—Perdone que la moleste, señora, pero hay un joven procurándola afuera. 

—¿Un joven? ¿Quién? 

—¿Así que, aquí es donde pasas la gran parte de tus días, mamá? 

Fue un trago muy amargo el haber visto a mi hijo entrar. No sabía qué hacer o qué decir. 

—Francisco… — traté de acercarme a él, pero evitó que lo tocara. 

—Aparte de esta vulgaridad y de no aceptar tu edad, queriendo lucir y comportarte como una quinceañera, cuando solo haces el ridículo, ¿qué otros secretos tienes, mamá? 

Sus palabras me dolieron mucho, pero esta vez no estaba dispuesta a demostrarlo. Es la primera vez que mi hijo es capaz de hablarme de esa manera, y por nada del mundo iba a pasarlo por alto. 

—¡Tú me respetas!

Jamás pensé que golpearía a mi propio hijo, pero el dolor que debía estar experimentando él en su mejilla, no se compara jamás y nunca al que me carcomía por dentro.

Venganza Silenciosa [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora