Orgullo

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Creí que el licor podría curar ese dolor, pero solo empeoraba las cosas. Los recuerdos eran interminables y una tortura. Lo reconozco, no soy esa mujer fuerte que creí ser. Me he convertido en una muy patética. Ahora todo me lastima con facilidad, al límite de asfixiarme. Siempre he encontrado la solución a cada uno de mis problemas, pero esta vez no encuentro qué hacer o hacia dónde ir.

—¿Así que esta es la forma en que la mujer de acero batalla con su orgullo?

—¿Aurelio? — mi corazón latió frenéticamente al verlo.

—Escondida, sola, tirada en la grama a mitad de la noche, tomando licor barato y llorando como una Magdalena. Tienes una forma muy peculiar de hacer las cosas, Altagracia.

—¿Viniste a darme la estocada final?

—Ni que estuviéramos teniendo sexo. Ese es uno de tus problemas, que ves a todos como enemigos. Eres arrogante, soberbia, antipática, testaruda, orgullosa, y un sinnúmero de cosas más que si me pongo a mencionarlas todas, aquí estaremos hasta que amanezca.

—Ya me quedó claro todo eso, pero si soy una mujer tan despreciable ante tus ojos, ¿por qué estás aquí? En primer lugar, ¿cómo me has encontrado?

—Para seducir con palabras eres una experta, pero cuando se trata de abrirte a alguien actúas como si fueras una niña de primaria que, al primer «no» arman un berrinche y al tiempo se les olvida el capricho. Ahora entiendo eso que dicen de que dentro de cada adulto hay un niño interior. Debo admitir que hay algo que me impresiona de todo esto; y es que tu destino no fue la cama de otro sujeto. La Altagracia que conocí antes, sí era capaz de eso y luego llamarme en medio de una felación para demostrar quién manda. Pero mírate, aquí andas, llorando a moco tendido y no con un pene entre las piernas. ¡Bravo!

—¿Ya te vengaste lo suficiente?

—No puedo vengarme de alguien que se está autodestruyendo sola. Me irrita verte así. ¿Cuándo piensas levantarte? — me extendió su mano y, aunque dudé en tomarla, lo terminé haciendo.

Me arrebató la botella de las manos y rodeó mi cintura para ayudarme a mantenerme de pie. Los tacones se me enterraban en la tierra.

—¿A dónde me llevas?

—No puedo llevarte a tu casa. Si tu hijo te ve así se va a preocupar. Tu auto estará seguro aquí.

Me ayudó a caminar hacia su auto y me puso el cinturón de seguridad. En realidad, el camino fue en silencio, solo nuestras miradas coincidían cada cierto tiempo. ¿Esto es producto de mi imaginación? Me sentía un poco mareada y la cabeza me dolía mucho. Llegamos a su casa, el auto de esa jovencita no estaba.

—¿Y tu novia?

—¿Qué novia?

—La mujer que estaba aquí cuando vine. 

—Terminó su sesión y se marchó a su casa feliz y contenta.

—¿Su sesión? Entonces, ¿no estás saliendo con ella?

—Este es el momento en que esperaba oír un suspiro de alivio de tu parte — se quitó el anillo de su dedo, dejándolo dentro de la guantera del auto.

¿Por qué se quita el anillo de su exesposa? Nunca se lo había quitado.

Venganza Silenciosa [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora