Castigo

692 100 2
                                    

—¿Estás coqueteando conmigo? ¿Aún piensas seguir con tus dulces planes?

—No te equivoques. Apreciar lo que es bello, no implica tener interés de poseerlo. Eres una mujer hermosa y te lo he dicho desde que nos volvimos a encontrar, pero lo que pasó entre los dos, ya pasó. Le puse un punto final a esos planes la última noche que pasamos juntos.

—En pocas palabras, ¿no tienes interés de pasar una noche más conmigo?

—¿Ves? Eso es una de las cosas que más me gusta de ti, que entiendes todo rápido.

No me gusta sentirme de esta manera. Su actitud y palabras me irritan con facilidad.

—Cuentas claras conservan amistades — sonreí, levantándome de la mesa.

—¿Ya te vas?

—Ya que por mi culpa estás aquí, vayamos a reservar una habitación para que pases el resto de la noche. 

—No hace falta que te tomes tanta molestia. Al final, quien decidió venir fui yo. Ve con tu hijo y descansa.

—No me gusta estar en deuda con nadie. ¿Qué te cuesta aceptar este gesto de buena fe de mi parte?

—¿Altagracia haciendo un gesto de buena fe? Primero sueltas el veneno y luego alegas que lo haces de buenas, cuando lo dos sabemos que lo haces para no tener cargo de consciencia. Pero desde ya te lo digo, no tienes que sentirte en deuda conmigo, en realidad, yo no hice nada.

—Si no quieres venir conmigo, de acuerdo. Quédate aquí. Ya vengo con la llave de tu habitación.

Hablé en la recepción para reservar una segunda habitación bajo mi nombre, para que así los gastos se reflejen en mi cuenta. Cuando iba a regresar a buscarlo, me lo topé en el camino.

—Solo deberás entregar la llave en la recepción mañana. Qué descanses. Y buen viaje de vuelta.

—Ese formalismo viniendo de ti se escucha tan hipócrita.

Cualquiera diría que este tipo me está provocando y retrasando intencionalmente.

—¿Qué es lo que esperas de mí, Aurelio? Pareciera que no quieres dejarme ir.

Sentí que era el momento de quitarme esa espinita que tenía atravesada en el alma con esas palabras que dijo en la mesa.

—¿Por qué haces silencio? ¿Acaso di justo en el clavo? — lo atraje hacia mí por el cuello de su uniforme, y solo plasmé un ligero beso en sus labios —. Solo para que te quede claro; a mí ningún hombre me deja, yo los dejo a ellos.

Agarró mi cuello entre su fuerte mano, pero sin lastimarme, presionando mi cuerpo contra la columna de cemento. 

—Yo no soy “esos” hombres, Altagracia. Eso es lo que aún no quieres entender.

He vuelto a caer en esa mirada tan penetrante, intensa y dominante; en esos labios que queman al contacto y buscan los míos con descaro, dejando un sabor imborrable en mi boca y en mi memoria. No sería justo que alguien más me robe estos labios, estos que me hacen sentir tanto. Solamente tener esa idea, mi pecho arde de rabia.

De tantos hombres que hay en el mundo, ¿por qué justamente él? ¿Acaso es este mi castigo? 

Venganza Silenciosa [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora