Calidez

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Todavía hoy no puedo borrar ese suceso de mi cabeza. Octavio se lo llevó todo consigo. Mi hijo me desprecia y me culpa por lo que le pasó. Mi suegra se ha aprovechado de eso para alejarlo nuevamente de mí. Esa señora me prohibió estar presente en su funeral y en su entierro. A decir verdad, tampoco tenía la cara fresca para hacerlo. Estar de luto siento que es un descaro y una gran hipocresía de mi parte. 

Octavio sabía que le quedaba poco tiempo de vida, luego de que el cáncer de próstata hiciera metástasis. Su muerte fue repentina. Me siento peor porque sí noté que estaba actuando distinto, a como lo hacía y no me importó saber si estaba bien o no. Me había centrado tanto en vengarme por todo lo que me hizo y ahora solo me doy cuenta de que junto a eso, me he convertido en un monstruo. 

El golpe final me lo dio el abogado el día que leyeron el testamento. Me dejó todos sus bienes y propiedades a mí y a nuestro hijo. A su madre no le dejó nada, porque no lo creyó necesario, pues ella tiene dinero de sobra. Junto al testamento, el abogado me entregó un vídeo que Octavio había grabado días antes de su muerte, el cual quise verlo a solas, porque no sabía el contenido. 

Confesó que sabía de mi infidelidad y que estaba feliz de que pudiera encontrar en alguien más la felicidad que él nunca pudo darme. A pesar de mi desprecio constante, quiso pasar sus últimos días cerca de mí y de nuestro hijo. Me pidió perdón por haberme obligado a pasar mis mejores años a su lado, como si eso fuera a hacer alguna diferencia. También dijo que la razón por la cual estuvo pidiéndome que me ocupara de los asuntos de la empresa, es para que pudiera hacerme cargo de ella cuando él no estuviera. Me confesó que estuvo con otra mujer, pero no pudo responderle como hubiera querido. En vida nunca me dijo que era una buena esposa e increíble madre, pero en ese vídeo lo hizo, probablemente para que me sintiera peor. 

¿Cómo puede agradecerme por esos años que estuvimos juntos, si la mayoría fueron amargos? Peor aún, ¿por qué decirme que realmente me amaba, si jamás lo demostró? Incluso si lo hubiera hecho, ¿eso haría alguna diferencia? 

¿Por qué desearme suerte y felicidad en abundancia? ¿Cómo se puede vivir feliz o en paz luego de lo que pasó? ¿Por qué debo sentirme culpable de su muerte? ¿Por qué este peso debe ser tan fuerte y asfixiante? Yo nunca lo amé, es cierto, pero jamás le hubiera deseado la muerte. 

Por supuesto que lo culpé de mis desgracias, de mi infelicidad y de haber tenido que renunciar a mi libertad y a todo, con tal de convertirme en una buena esposa y madre. Todos esos sacrificios que hice en el pasado, me convirtieron en la mujer exitosa y realizada que soy, me sirvieron para mejorar algunos aspectos de mi vida y a enfocarme no solo en mí, sino también en mi hijo. 

Francisco me odia con toda su alma, y esta vez tiene razón para hacerlo, por eso no he tenido la valentía de ir a buscarlo. ¿Qué debería decirle? ¿Que odiaba a su padre por haberme desgraciado la vida? Pues no, porque no toda la culpa es de Octavio, también es mía. He sido una mala mujer y una pésima madre. 

He tenido tantas responsabilidades y obligaciones, que no he tenido tiempo de tomarme un descanso. Me estoy quedando en un apartamento, porque no he querido regresar a esa casa que tan malos recuerdos me trae. Por las noches duermo muy poco. Lo que me mantiene de pie es la última voluntad de Octavio, de otra forma, no sé qué sería de mí. La culpa no me deja encontrar la paz que necesito. Todo me ha caído encima. 

Tocaron el timbre y lo consideré extraño, pues nadie sabe que me he estado quedando aquí. De hecho, no he recibido ninguna visita desde que me mudé. Hace cinco meses no veo a Aurelio, no he tenido cabeza para nada, tampoco puedo explicarme qué hace aquí.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo supiste de este lugar? ¿Me has estado espiando de nuevo? 

—Me enteré de lo que pasó. Sé que, es probable que quieras estar sola, y lo entiendo cabalmente, por eso no te busqué antes. También comprendo que no estés de ánimo para hablar y por eso has ignorado todas mis llamadas. Bueno, aunque sé que soy la persona que menos quieres ver en este momento.

—Si lo sabes, ¿para qué viniste? Ah, ya sé. ¿Viniste a consolar a la viuda?

—¿Has estado tomando? 

—¿Qué te importa? Si no tienes nada importante que decir, te pido que te retires. Ve a buscar otra que te abra las piernas, porque este templo está cerrado. 

Sus brazos me engulleron de tal forma que no podía soltarme de ellos. No recuerdo cuándo fue la última vez que recibí un abrazo de alguien. 

—¿No te cansas de fingir? Sentirse abrumado, herido o triste, no te hace una persona débil, solo demuestra que eres un ser humano, que siente y padece. Eres una mujer fuerte y te admiro mucho, pero incluso el más fuerte tiene sus recaídas. Reprimir todo ese dolor, no te hace bien. Tienes que dejarlo salir. 

Presionó mi cabeza contra su pecho, y por más que esforcé en no llorar, mis lágrimas se aflojaron con facilidad. Esa opresión se volvió más fuerte, tanto como ese nudo que evitaba que pudiera pronunciar palabra alguna. No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré, me había jurado a mí misma que no tenía sentido hacerlo. Me sentía tan protegida entre sus brazos. Esa calidez hizo que dejara de luchar y me aferré a su camisa en respuesta a su fuerte abrazo. 

Venganza Silenciosa [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora