La habitación oscura, apenas iluminada por la luz que se cuela por la ventana, está ocupada por dos figuras que yacen en la cama, entrelazadas, amándose sin advertir lo que sucede allá afuera, allá en el mundo que gira y no se detiene, sus pieles se vuelven una, se funden en un abrazo y sus belfos se devoran mutuamente. El tiempo parece detenerse, las manecillas del reloj parecen no caminar y el silencio es apenas perturbado por la suplicante voz de aquel que yace tocando las estrellas con la punta de los dedos.
La culminación de aquella danza corporal los toma por sorpresa, los atrapa en un limbo de placer y asombro, los hace viajar entre las fauces contractas de un mundo que es solo suyo, que los mira sin observarlos y que ahora los envuelve en un halo de placer. Sus dermis aún contienen los espasmos del reciente estallido de goce pero ya no están unidos, el blanco pecho de Minos es ocupado como lugar de descanso para la cabeza de Lune.
— Minos — le llama removiéndose para buscar su comodidad, para que la herida en su espalda no sea una molestia, él nombrado solo le mira, esperando a que hable pero eso no sucede.
Se ha levantado de su posición, sus ojos violeta se posan en aquel que aún en el lecho le observa detenidamente, con aquellos ambarinos ojos que tanto adora, que son su delirio, su salvación y su perdición, el pequeño pedazo de paraíso en el infierno en el que ha deseado quedarse porque solo ahí permanecerá a su lado. Sus plateados y largos cabellos caen cual cascada fundiéndose en la seda blanca de la cama.
—Pídemelo, Lune, pídemelo — se ha incorporado y lo ha tomado del mentón con delicadeza, obligándolo a mirarle fijamente.
—¿el qué, Minos? — deja que aquellas suaves manos le acaricien, le brinden calor y lo hagan sentir seguro; parece que la cicatriz ya no duele, ya no lastima, se borra de a poco.
Ha sido lastimado por alguien cuyo nombre no es importante y Minos, al enterarse, ardió en furia, pareció entonces que sus ojos eran brazas ardientes y sus manos garras sedientas, los suelos aparentemente se estremecieron y los cielos lanzaron gritos bélicos llamando a la muerte y sin embargo no actuó, no lo hizo porque Lune se lo pidió y ahora, lo ha visto removerse incomodo y la furia se ha ensanchado en él de nuevo, la sed y necesidad de venganza le susurra que debe hacerlo.
—Pídeme que lo mate — aquella confesión apenas en un hilo de voz le estremece, hace que su corazón avance rápido, que sus mejillas se tinten de rojo y sus manos tiemblen.
—No hay necesidad de ello.
—Te lastimó, Lune; mi Lune, tuvo la osadía de herir tu piel — se incorporó aún más hasta quedar incido sobre el colchón apenas cubierto por la sábana, le apresó el rostro con ambas manos y le sonrió tiernamente — necesita ser castigado, Lune.
—Minos... — se ha quedo callado, no sabe que decir, no quiere que su amado tome cartas en el asunto pero algo en su interior le impulsa a desear que lo haga. — Hazlo, Minos — puso sus frías manos sobre las de su amado — Hazlo por favor.
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Lune nos salió vengativoDan R