Pusiste sobre mi cabeza una corona de mentiras y traiciones, con oro de azul resplandeciente adornaste mis sienes, me llenaste la mente de rufianes caprichos, de ambiciones oscuras. Susurraste en mi oído vagas esperanzas y calamidades caóticas, me pusiste en la mano un tridente dorado y en el corazón temeroso, un reino acuático del que conocía apenas nada y te creí.
Tonto yo al pensar que todas esas reverencias eran reales, que tu devoción por mi era inquebrantable y que podia poner sobre tus hombros el peso del trono que muy amablemente me obsequiaste en aquella ocasión, todos esos gestos de servicio no eran mas que trucos sucios que utilizaste para manipularme. Y es que, con ese discurso, con esa voz, con esa convicción, cualquiera caería en tus engaños, precioso dragón marino, que curioso es el destino.
Me coronaste de oro, plata y piedras preciosas; me hiciste falsas promesas y me ofreciste el mundo del que no eras dueño en una bandeja desgastada. Y te creí, lo juro, te creí porque te quería, porque a pesar de todo te di el lugar que tal vez no merecías, te di el lugar que usurpaste. Dijiste que me querías y puse mi fe en ti, dijiste que ganarías para mi mil y una batallas y pondrías al universo entero a mis pies, ¡Ingrato!, todo fue falso, aquellos juramentos devotos a mi persona no eran sino molestas falacias que acepté.
Llenaste mi cabeza de fantasías, me creí rey del cosmos cuando solo tenía un reino de siete maravillas que nunca vi porque tu juraste, en mi nombre, que toda la creación inclinaría la cabeza cuando yo me hiciera presente; aseguraste que todo el orbe mortal e inmortal veneraría mi nombre e idolatrarían la perfección encarnada en mis ojos. Supuse que me amabas y también te amé, te prometí hacerte el general de mis tropas victoriosas y reinarías la tierra; pero tú resultaste ser un traidor.
Un vil bastardo que puso en mis manos una liebre que resultó ser un gato, ¡con lo que me gustan los infelices!, quise creer que era parte de tu plan, que cumplirías todas tus promesas y que dominaríamos a la humanidad entera y resultó que tu querías dirigirme a mi, ¡Menudo imbécil!
Me coronaste de oro y mentiras; y ahora no sé que hacer sin ti.
Me coronaste de plata y ambiciones; y ahora que te has ido la soledad me ha atrapado.
Me coronaste de opulencia y soberbia; y ahora que he atravesado tu pecho el dolor en el mío ha brotado.
Me coronaste de riqueza y arrogancia; y ahora que te veo sin vida, la mía se va contigo.
Me coronaste de magnificencia y codicia; y ahora que mi mundo muere, mi alma te sigue.
Me coronaste de grandeza y usura; y ahora me doy cuenta que te odio por todo aquello por lo que te amo.
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Volví, el bloqueo escritor es horrible, gracias por la espera.Dan R