9. Boys don't cry

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Steve contempla la bendita adhesiva que tiene en la mano.

Tratando de prepararse un té por si solo, se quemó accidentalmente con la tetera y Barnes lógicamente se dió cuenta y se la colocó para que no tocara la pequeña herida.

Aunque es algo insignificante, eso hace que Steve explore en lo más profundo de su mente y recuerde cómo comenzó todo.

Bucky le había contado parte de lo que él hizo ese día, y unir las piezas de esa historia se volvió su actividad favorita.

La historia de cómo conoció a Bucky Barnes.

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1921. Brooklyn, Nueva York.
Era un día de escuela más para James Buchanan Barnes o "Jamie" cómo solía decirle su madre. Winnifred lo había llevado de la mano con la esperanza de que se sintiera seguro, pues la primera semana de escuela, el pequeño Jamie no dejaba de llorar al verla partir y luego cuando volvía a recogerlo, el llanto regresaba.

Su padre, George Barnes, le había dicho que los niños no debían llorar esa mañana, y que los que lo hacían, era porque no podrían ser hombres jamás. Su esposa al escucharlo, reprendió a su marido y tomó al pequeño para llevarlo al colegio.

Esa era la razón por la cual ella sospechaba que su bebé no había ni siquiera intentado hacer un puchero al acercarse a la puerta del salón.

—James. -le dijo su madre mientras estaba agachada frente a él.

—¿Ya te vas? -le preguntó el pequeño castaño con los ojos tristes.

—Tengo que irme cariño, pero volveré en la tarde como siempre por ti, lo prometo. -besó la frente del menor.

—¿Es cierto lo que dijo papá en la mañana mami? -preguntó temeroso de la respuesta de su madre- ¿Nunca voy a ser como él?

—No amor, por supuesto que no. Cuando un hombre llora cariño, es porque es valiente, porque se atreve a mostrar como se siente realmente. Tú eres valiente mi vida, pero es aún más valiente cuando no lloras por algo que es solo momentáneo.

—¿Por eso no quieres que llore cuando te vas?

—Exacto mi cielo, mami solo se va un momento, pero regresa después por ti ¿si? No es necesario que llores. -acarició el rostro de su hijo.

—No lloraré mami, seré valiente ¡adiós! -dijo abrazando a su madre con su pequeños brazos y plantándole un beso en la mejilla, para luego entrar a su salón de clases.

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La hora del receso era la peor para Steve. Mientras los demás niños jugaban con trenes de juguete y aviones de papel, él se la pasaba tratando de subir el pasamanos solo, a la corta edad de 3 años.

Sus pequeños y delgados brazos se sostenían con fuerza de los coloridos tubos de metal de la parte de arriba del juego. Había tenido problemas con subir días anteriores y se había ido frustrado a su salón.

A veces le daban ganas de poder jugar fútbol con sus compañeros, o jugar a los soldaditos de plomo mientras disfrutaba de su refrigerio con algún amigo, pero esas cosas desaparecían de su cabeza cuando escuchaba las risas de sus compañeros al ver que era incluso más chico y flaco que los demás niños.

Cornelia Street | StuckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora